Palo Negro



Fuera de la plácida ignorancia en que el dios judeocristiano y sus acólitos nos suman, en lugares que el estado; esa deidad de papeleos y concreto que hemos creado, ha olvidado y elegido abandonar en pos de una élite que exuda comodidad. Existen puntos oscuros, retrogradas y siniestros donde cultos antiguos aún merodean entre páramos y humedales enmohecidos por el tiempo. Incluso más antiguo, más anómalo, hay aún comunidades hundidas en viciosos cultos que ofenden hasta los más negros aquelarres y dioses tan nauseabundos y siniestros que sus tentáculos estrangulan el tiempo.


Yo, no obstante no he venido hoy a conversar sobre biología o antropología de zonas rurales en pleno siglo XXI. He venido a compartir la anécdota terrible que dejó una gruesa herida en mi interior; una sugerente y desesperante, honda y cruenta marca que por siempre cargare. Ese abismo insondable en mi alma que por los días que me quedan intentare llenar con el plácido opiáceo que mora en jeringas vencidas y hierve al beso de una cuchara ardiente. Muchos de ustedes se jactan de superar sus vicios y yo hoy he venido aquí a reventar la burbuja de optimismo bobalicón que los mantiene engañados pensando que hay cura para el veneno que llevamos por dentro. Así es, he venido a inocularse con el germen mental del pesimismo para rogarles que entiendan que existen cosas peores pululando allá afuera, aún más afuera del velo de esta realidad tangible. Pero a ver, empecemos, como cualquier historia, por el inicio, brindando una perspectiva de quien soy yo y todo lo que llevó a transformarse de un pragmático agente de la ley al cascarón carcomido que tienen delante de ustedes. Oh pobres maníacos delirantes que creen haber dejado de perseguir al unicornio.


Mi historia comienza cuando era un asesor forense en una división especial del Organismo de Investigación Judicial. Me había especializado en un campo de estudio sumamente angosto, otra forma de decir que había dedicado la mayor parte de mi vida a estudiar y había dejado de lado casi todos los placeres sencillos de lo que los otros llaman vida.Tras 20 años sumido entre libros mohosos de bibliotecas polvorientas, me había logrado formar como un médico forense y había logrado conseguir trabajo en el lugar donde realice mi pasantia, bajo la tutela del renombrado especialista que me tuteló realizando mi tesis. Me especializaba en el estudio de la salud mental de quienes cometen actos violentos, y hasta publican en Nature una posible relación causal entre lesiones prefrontales y la incidencia de la criminalidad. No hay mucho que decir sobre mi aparte del currículo, por que al igual que la mayoría del personal médico, mi ego no era más que un pulso que me llevaba al vicio más productivo de todos, el de la academia.


En aquellos años me había acostumbrado a viajar por todo el país resolviendo crímenes violentos donde el motivo no era claro, aunque lentamente se había convertido en un fatuo intento por luchar contra lo desconocido. En esta última entrega me habían asignado un caso en Guanacaste, en la distante y lejana comunidad de Palo Negro, en lo mas recóndito de Nicoya. Un pueblo que ni siquiera aparece en los mapas más actualizados y que los satélites y la inteligencia artificial han optado por mantener oculto en el misterio, como un pilar perdido en medio de la jungla. Esta era una comunidad discreta a orillas de un humedal imponente y glorioso. Un santuario discreto a la naturaleza donde las doscientas cincuenta personas que viven aquí, gozaban de una innatural vitalidad, exentos de los vicios y la gula que nuestros pálidos rostros engullen para terminar en epidemias de diabetes e hipertensión. Aquí los ancianos aún moran taimados e independientes a sus noventa e incluso someten sus cuerpos a las cruentas tareas manuales que tranquilamente realizaban desde sus veinte años. Es una tierra de misterios perdonada por los embates del tiempo y la posmodernidad. El olvido del estado y el desmedido crecimiento turístico, los ha perdonado de convertirse en la nauseabunda distopía en que ha deplorado el resto del país.


Lo cierto es que estarán dotados del perdón del Demiurgo y la cultura, pero no están exentos del arrebato voraginoso de la más básica naturaleza humana y aparentemente, se han empezado a matar entre si. Llegue yo y el resto de mi unidad a finales de Noviembre del 2015, tras una oleada de muertes que milagrosamente no logró ser víctima del amarillista escrutinio de los medios. Sobre las aguas del humedal verde y ominoso, el olor de la muerte fornicaba con el soberano olor que emite la naturaleza cuando no está domesticada y exhibida en nauseabundos zoológicos. Los zopilotes dibujaban nubes ominosas y arremolinadas en el cielo azul y ventoso. Las bestias disfrutaban un festín poco común, el del cerdo largo que tanto los elude. Una mañana habían despertado los humildes pueblerinos ante estos ominosos presagios, por tanto unos pocos valientes y morbosos decidieron bajar al humedal, donde flotaban boca abajo cinco cuerpos sin vida, todos naturalmente alineados uno al lado del otro formando un sol negro que desafiaba imponente la moral, la naturaleza, a dios e incluso al mismísimo sol que impera en lo alto del cielo. Horas más tarde, yo emprendía en helicóptero el viaje que defloraria mi mente ante lo que es el verdadero horror.


Durante el levantamiento de los cuerpos, abotagados y lividos por la descomposicion, verdosos y con sus ojos al borde de saltar de sus cuencas, nada parecía indicar una muerte violenta. Claro, costaba distinguir las heridas del arrebato de las bestias. Notamos de inmediato, por supuesto que todos ostentaban misteriosos tatuajes y escarificaciones extrañas en su piel, distinguibles claramente de cualquier signo de violencia. Asumimos que llevaban unos tres días flotando ahí, inmóviles,siniestros, testigos últimos de un evento anómalo e ignoto. Uno de los oficiales de policía local que nos acompañaba vómito sobre la orilla del humedal, apenas afuera del límite trazado por la cinta amarilla. “Peces” decia,”parecen hombres pez, todos verdes, ojones y abotagados”. Dato curioso de esa declaración eran las profundas muescas en las costillas que más tarde note, justo entre el cuarto y sexto espacio intercostal a nivel bilateral, muescas oscuras y profundas pero limpias; no como heridas o mordeduras de algún animal, sino como siniestras ventanas directas a las vísceras torácicas, atisbos anómalos hacia los contenidos ocultos de sus pechos. Deben tener alguna malformación congénita propiciada por algún rito de incesto siniestro, el negro estupro es ya de por sí endémico en el pueblo y he llegado a escuchar diálogos de los mismos oficiales, en otras ocasiones, sobre traveseros siniestros con familiares; digo esto cargado de prejuicios por que cada uno de los cadáveres tenía palmeados tanto manos como pies, con gruesas membranas de piel entre los dedos ahora retorcidos y hasta carcomidos por las bestias. Todos estaban desnudos y sus genitales se habían convertido en huecos profundos por donde los peces y lagartos habían succionado el relleno de sus vísceras abdominales.


Mi informe no lograba atenerse a la normativa de lo real. Mi imaginación volaba febril sobre campos ignotos tratando de darle sentido a lo que vi. “No hay signos de violencia” concluí al final de mi inspección preliminar. Por supuesto, fotografie y envíe con pericia los ominosos tatuajes y escarificaciones, a un antropólogo conocido. Luego, enviamos los cadáveres directo a Liberia para las respectivas pesquisas que correspondan.


Recuerdo mi impotencia, taciturno y ebrio en una cantina de la localidad, esperando por el aviso de la morgue para poder leer el informe de las autopsias. Repasaba con la delicadeza del guaro de caña la exclamación horrorizada del oficial. “Parecen peces” repetía en mi estupor mientras bebía una copa al rojo atardecer y el canto de las aves. Para ser un pueblito, Palo Negro es muy ruidoso, juegan en la plaza del pueblo los niños vestidos en harapos con bolas viejas mientras los adultos recorren ebrios las calles. El olor a maíz permea todo el territorio y la promesa de gallo pinto para cenar colma el ambiente. Una gruesa opalescencia rojiza cubre el ambiente y pilares gruesos de luz se asoman entre las hojas de los numerosos árboles de amplia copa que añoran poder rozar con sus ramas el cielo. Mis compañeros me han abandonado ya en la sucia cantina, se han marchado a descansar en un hotel de mala muerte lejos del pueblo, en la mañana planean ir a la morgue en Liberia a la expectativa de encontrar los informes de autopsia de los cinco cuerpos y dar un vistazo personal a la nauseabunda evidencia que ha contaminado el humedal. Palo verde es como una fotografía vieja guardada en la gaveta, un espejo negro olvidado que muestra a la perfección un mundo que ya no existe; que nunca volverá. No hay internet, no hay señal de redes telefonicas, estamos aislados e incomunicados del mundo moderno. Para entrar aquí solo hay una carretera de lastre que lleva al hotel donde mis compañeros ya deben estar llegando, mientras yo sigo ebrio y cansado.


Rato despues me asqueo de mi ebriedad y dejo de tomar, cuando me recupero parcialmente comienzo a caminar hacia mi auto con rumbo a una posada donde, según yo, lograra captar la psicosfera del lugar y podría sintonizarse mejor con el inconsciente colectivo de este pueblo, lugar que en aras de la modernidad, no debería existir. Con la llave en la puerta del carro prestado por el OIJ de Liberia, un grito desolador colma el aire y unas manos frías agarran como zarpas mi brazo. “Señor, ocupamos un doctor ya”.


Una dama delgada en su adolescencia, morena y vestida con ropas húmedas me arrastra hasta una humilde morada donde muchas caras abrumadas me observan desconsoladas. Resulta que es la hija mayor de una familia muy numerosa y pobre, quien había quedado embarazada a principios de este año por un forastero ignoto que la sedujo en sus años más mozos, de diecinueve años. La joven sostiene su vientre abombado mientras profería gritos y quejas desde su cama. Semi desnuda y sudorosa me miraba a los ojos mientras me imploraba que la ayudara. “Es malpraxis, no tengo la pericia para traer un niño aquí, hay que llevarla a la clínica”. Mis excusas no sirven, me imploran abrumados todos a que la examine, aunque tenga sólidos 6 años de no ejercer la medicina general y otros dos más desde haber visto un parto por última vez. Llamó al 911 y reportó lo sucedido, acto seguido realizó un tacto para medir la gravedad de la situación. Mis manos desnudas abren paso por el epitelio mientras sudo frio del estrés, la terrible verdad que descubro me induce un espasmo terrible. En vez de sentir el cuello uterino, mis manos palpan la bolsa amniótica en un segundo plano de Hodge. La ambulancia tardara en llegar, posiblemente para esa mentada venida, el infante ya habrá nacido. Contrario a mi consejo la madre puja y en un arrebato de horror la cabeza se abre paso. Ese niño no debería nacer ya, no deberia nacer aqui. Ese es mi pensamiento mientras impotente, lo único que puedo hacer es lo que me enseñaron. Un trapo húmedo colocado en periné mientras presiono fuerte en este punto con mi mano derecha, mi mano izquierda desnuda posada sobre la cabeza realizando presión. No me dejo terminar la llamada cuando ese infante desciende por la pelvis y atravesó casi todo el limbo que lo separaba de nacer. La comadrona me gritaba que hacía todo mal mientras reaccionaba delicadamente la cabeza para facilitar la labor. Un olor acre como a cloro mezclado con sangre colma el ambiente, una cascada de fluidos empapa la cama mientras el infante sale expulsado. Con un pañito lo seco y lo intentó despertar por primera vez, lo veo azulado mientras intento hacer que reaccione. Nada. La ambulancia no llega, el niño ya nació pero no logro que respire. El desastre en que me he metido. Súbitamente el infante varón comienza a llorar y su tono pasa de azul a un verde nada tranquilizador. Ictericia o meconio, susurro mientras cortó el cordón. En sus costillas hay muescas delgadas y sus manos están palmeadas. ¿Que acabo de ayudar a traer al mundo? Tras el alumbramiento y la inspección noto que la madre no tiene desgarros, ha parado el sangrado y la familia goza y celebra. Unos minutos que se sintieron como horas, la ambulancia llega mientras sostengo la criatura anómala y mi temor se vuelve palpable.Los rescatistas se llevan a la madre y al niño, me dejan solo con la familia embriagada por el olor de los fluidos de la natalidad.


Nuevamente observo los rostros de la familia, ahora con un lente nada tranquilizador. Sus ojos saltones y amarillentos, sus labios delgados y su retrognatia. Sus narices pequeñas y sus manos palmeadas.... “Peces, parecen peces”...


Despierto sudando en la mañana con mi ropa en una bolsa de supermercado, empapada en las viscosidades de la natalidad. No recuerdo como llegue, pero mi celular yace aún sin conexión. Espero tan solo que mis colegas no noten jamás el filo de la navaja sobre la que camine la noche anterior. Enciendo las noticias para encontrar las peores de las noticias. Una ambulancia que llevaba una madre y su recién nacido con destino a la clínica de Nicoya se accidentó. No lo note dada la situación que se enmarca, pero una densa y despiadada lluvia se desencadenó sobre la pampa. El camino que me separaba del resto de Nicoya, de mis compañeros, del mundo, ahora era un río más. Ahora me encontraba solo envuelto en el humedal, encerrado con el posible asesino que tomó cinco vidas como si fuera un mal chiste. Tras una merecida ducha y bastante cafe, me decidí por ir a la iglesia del pueblo. Un salón pequeño al frente de la plaza ostentaba canciones y danzas a un dios ajeno a nuestros tiempos. Las personas llenas de humildad cantaban y gozaban, gritaban y alababan un nombre que con costos conocían. Leían el libro pero jamas comprendía las verdades ocultas entre líneas. Yo jamas usaria hablarles a ellos del cubo negro y del Demiurgo, la bestia indescriptible que se come a sus propios hijos a lo largo de toda cíclica eternidad. En vez de eso callaba mientras los veía convulsionar en el piso llorando ante el mensaje casi onírico del pastor.


“El mundo te envuelve en mentiras hermano,te pone velos frente a los ojos y crees haber visto la verdad. Afuera yace la desolación y el llanto, pero nuestra eterna familia será exenta del despertar de aquel que yace durmiendo. Yo os digo apartaos del mundo y báñate en las aguas de la eternidad. Deja que la humedad entre a tus pulmones y vuelve a ser como un niño, bañándose en los fluidos primordiales de los que venimos. Hoy nos espera un magno dia, cuando por fin los elegidos a tener al dios verdadero en su corazón podrán bañarse en las aguas de la verdad. De cierto os digo que quien haga esto será eterno”.


Como una procesión de autómatas, todos vestidos de blanco caminaban hacia el humedal. Descalzos no sentían las piedras en el camino, sus enaguas y pantalones no se manchan por el barro mientras lentamente peregrinamos hacia lo profundo del humedal. Ya a la orilla del mal entre los bejucos pantanosos todos danzaban en circulos y cantaban. El jolgorio me era ominoso pues me encontraba cerca la escena del crimen que me trajo aquí. De pronto cinco elegidos se desnudaron y formaron un círculo en el agua en torno al pastor.Dijo una plegaria en un idioma que no comprendí, pero que sonaba muy parecido al francés, para luego uno a uno ir sumergiendo a los elegidos al agua. Reconoci la frase “eaux d'éternité” dicha en un cantico gutural. Todo hasta este punto apuntaba a una congregación pentecostal, pero esto, esto era algo más. Entre las ondas del agua reconocí un par de ojos negros asomando a duras penas entre la espesura del oscuro río. Grite advirtiendo de un cocodrilo pero nadie me escuchó. El pastor me miró con desdén y prosiguió su ceremonia. “He aquí todas las cosas viejas son hechas nuevas” grito aun mas fuerte para enmudecer mis advertencias.


Luego de la ceremonia todos parecían haber despertado de algún trance suscitado por vapores siniestros de drogas que no me atrevo a mencionar. Hablaban y reían y mencionan pasajes de su libro favorito, la supuesta base de todo lo que había visto; aunque estaba seguro que fuerzas más misteriosas están operando aquí.


El pastor me invitó a tomar café en una soda por la plaza, y me pregunto por el milagro que según él había acontecido la noche anterior. La lluvia había empezado imponente y castigadora aparentemente con un inicio súbito e in anunciado,pero no prometía parar. El cafe era ralo, pero la cosa de horno era un manjar al que no me pude resistir. El lamentaba lo que ocurrió con el binomio en la ambulancia, eso no aminoró mi sensación de culpa. La conversación trascendió con el extremo tedio con el que un pesimista podría encarar a un pastor, tanteando por no moverle el piso con mis nada tranquilizadoras perspectivas. Sabía que algo me ocultaba un natural instinto me ordenaba ir a lo profundo del humedal por la noche.


Tras el atardecer volví a mi cuarto en la posada a disimular que dormiría temprano para no levantar sospechas y prepararme para mi travesía. Unos carísimos lentes de visión nocturna serán mi guía por el ominoso trayecto que ya recorrí una vez. La lluvia, igual de siniestra como vino, se fue. Esa fue mi señal para partir a las 9:30 cuando el pueblo estaba en calma y las luces de los hogares apagadas. Me fue sumamente difícil esquivar los pilares de cegadora luz que emite el escaso alumbrado público, pero logre con éxito caminar hacia la ladera por la que nos desviamos hacia el humedal. Bajo el filtro de sombras de una noche sin luna todo se veía en extremo ominoso y siniestro. Mis botas no daban a basto ante las precarias condiciones del camino y por ratos me tope con el arcilloso barro hasta la rodilla. Entre los árboles se dibujan imágenes nada tranquilizadoras, producto de la pareidolia y la tecnología que llevó ante mis ojos. Por momentos creo ver ojos saltones y negros asomando entre la espesa hierba y creo escuchar susurros y cantos.


“Así arriba como abajo. Así adentro como afuera. Tras extraños rituales, aquello que repta en los confines de tu mente, en los abismos interiores, pululara taimado sobre los cielos algun dia.” Esta fue la verdad que me conmocionó hasta mi más profundo núcleo. Lo que me envió en una vorágine de pasiones de mujeres y drogas. La frase que cavo un hoyo negro en mi pecho que nada llenara. Cuando por fin llegue al humedal lo que vi fue nuevamente personas vestidas de blanco sosteniendo candelas y danzando en círculos. Este era el terrible cántico que profieren blasfemias y anómalos, sus ojos desorbitados y, por la sugestión de sus movimientos y cánticos, sabía que estaban bajo los efectos de una siniestra droga que les lanzaba la mente a terribles e inciertos abismos más allá de la delicada esfera de nuestra realidad tangible. Era la familia a la que ayude durante el parto, danzando y blasfemando, besando y sabroseando lujuriosamente en un carnal festín del mas satanico y negro incesto. Todos pronto se desnudaron y comenzaron a propagar sus carnes entre sí. Note, por cierto, entre todo esto sus cuerpos llenos por completo de marcas, cicatrices, tatuajes y escaras, los mismos de los cinco cadáveres en torno al río, los mismos que mi amigo antropólogo días después me informaria pertenecen a sectas olvidadas de la más negra y oprobiosa santeria. Hablaban francés con un grueso acento haitiano, pero no eran en realidad más morenos que yo. Entre la siniestra desfloracion empezaron a lanzarse al agua para continuar su extraño ritual y lentamente comencé a ver más cabezas brotar de las aguas del humedal. Había ahora decenas, tal vez centenas de cabezas flotando en el agua rodeando a la familia en su oscuro festín siniestro.


Había visto durante el dia un ritual que ante mis ojos era siniestro y abominable, pobre de mí tan ingenuo. Ahora con mis ojos atestiguar que habían cánticos siniestros dichos en los confines de la naturaleza para dioses más terribles y arcanos, seres reales y palpitantes. Emergieron de las aguas los familiares con la joven que forzó a asistir en el parto claramente drogada, hipotónica con su cabeza tendida hacia un lado y llevada de los brazos fuera del agua. Luego vi una de esas cosas seguirlos fuera del mar. Todo se veía verde bajo el tinte pálido de las gafas infrarrojas, eso tambien se veia sumamente verde, pero pequeños puntos de fluorescencia destacaban como centellas en su cuerpo rayado como los tatuajes de los cadáveres, pero esto era diferente, no parecían tatuajes, parecía una escamosa piel pintada. Acto seguido se acercó a la joven casi inconsciente y comenzó a besarla con sus delgados labios casi inmóviles. Posteriormente iniciaron una atroz e innatural fornicación que inundaba la noche con sus enormes quejidos de placer.


Al ver tan cruenta escena no pude sino huir, adentrarme en el manglar, lejos del agua eso sí,hasta encontrar un punto en el cual anidar y esperar a que pasara la noche. A la mañana siguiente el camino era ya transitable por camionetas y pude salir de este pueblo maldito. Obviamente transmitir la oscura y siniestra escena a mis compañeros pero no hicieron más que reír y obligarme a someterme a una prueba toxicológica, que por cierto salio negativa. Más tarde trascendió que los cadáveres recuperados habían sido envenenados con un plaguicida de amplio uso en la zona. Encontramos tanques industriales de paraquat en la casa del pastor y por supuesto lo arrestamos. Cuando por fin tuve la oportunidad de volver a hablar con él me dijo una serie de palabras que resuenan en mi subconsciente hasta el dia de hoy. “ Imagino que es usted familiar con la herencia mendeliana, donde tras la mezcla de dos progenitores portadores de un gen deseado tres retoños saldrán portadores de este gen y uno ostentara la marca de la condena. Bueno, imagínese que no estamos hablando de hemofilia, sino de una característica que le permita a un hombre vivir por generaciones. Pero que se retoño que salga besado por el mar nazca con la marca de su progenitor, anómalo y blasfemo, por supuesto que ese infante no debe vivir. Así hemos hecho por siglos y siglos, desde antes de los españoles y antes aún que los Chorotegas, me han detenido a mi hoy, pero el ciclo continúa por siempre. Ese humedal del que con costos logró salir vivo es una inmensa fosa común.”





Años después mientras me sumía en mi espiral logre encontrar artículos hechos por genetistas sobre este Palo Negro. Ni el más alejado de los poblados, ni el más blasfemo de los cultos, escapa actualmente al escrutinio de la ciencia. Resulta que se han encontrado genes específicos que explican la longevidad de este pueblo, genes similares a los del ajolote, genes cuya introducción a la humanidad no logran explicar. Por supuesto esto trae un contratiempo, resulta que además estos pueblos tienen una sensibilidad especial a la fibrosis pulmonar que genera el paraquat, requiriendo una dosis diez veces menor para generar intoxicación letal. Sonará tontamente optimista, pero desde entonces busco plataformas para discutir los peligros del humedal cercano a Palo Negro y hoy ustedes han sido un público idóneo. No obstante quería contarles también que el gobierno ha decidido explotar un yacimiento petrolero en Palo Negro, ha sido votado a favor en la asamblea de manera unánime y el pueblo será reubicado cercano a una plantación de azúcar que le dará trabajo a los pobladores. Otra magnífica noticia es que mientras todos me llamaron loco y me hicieron perder mi trabajo, el gobierno comenzó el aclaramiento de la zona para la explotación, enviando aviones que fumigan con paraquat todo el humedal de Palo Negro. Ni la mas siniestra de las deidades, ni el mas abominable culto pudieron ganar ante el dios mas grande y terrorífico que mora en Costa Rica, el Estado.

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