Apoteosis del Abismo




1. Apoteosis


I


La montaña se eleva tan alto de la ciudad. Su altura se impone al paisaje, las torres de concreto y plazas se ven tan pequeñas desde aquí. Tan carentes de importancia. Eso somos tan solo, una minúscula partícula luminosa en el inmenso abismo. No se requiere recorrer mucha distancia para que todo el esfuerzo que hacen las lumbreras por perpetuar su brillo, por aumentarlo, sea en vano y todo quede sumido en las sombras. Lo que digo podrá sonar muy pesimista, pero para mí es en realidad algo sumamente reconfortante. Poder tener la habilidad de comprender que la importancia intrínseca de todos nuestros miedos y preocupaciones son tan diminutos. Para alguien normal esta realización de insignificancia debe resultar devastadora, enloquecedora. Un coro infernal que invoca la demencia ante la ensordecedora voz de un millón de gargantas al unísono del mal. El mismo universo desintegrándose grano por grano como un mandala hecho con estrellas. La consecuencia del cataclismo es la nulidad total. Un abismo perpetuo insondable, la cósmica negrura eterna.


El problema es que para mí eso no es más que mi mantra para calmar mi letal ansiedad. Debo sonar como la versión pseudo intelectual de algún estereotipo sacado de una caricatura. Mis locuciones son los delirios de la parodia de una parodia. Sin embargo no me importa lo que consideren los demás, estos sombríos mantras me traen paz, los tentáculos de las sombras perpetuas me tranquilizan, me regocijan como los vahos sagrados de una flor prohibida. El horror de muchos es la belleza para mí. Aún en medio de esta noche con pocas estrellas, un frío devastador congela el aire. Los espasmos de mi carne y la cristalización de mis manos es reconfortante y hermoso cuando es contrariado con semejante vista de la ciudad y con la claridad de las lumbreras nocturnas. 


La luna baila contenta y rebosante en la ignota negrura del cosmos. Su rostro cicatrizado y abusado nos admira con piedad y orgullo. Esta es un componente vital para la formación de la vida en la tierra. La luna es nuestra madre, no sólo en el sentido místico o espiritual. De una manera simbólica, primordial, en ese momento volvía a estar cerca de una figura materna en una posición de intimidad única. Aquellos actos tibios, maternos y bellos, como el nacimiento mismo; la gestación, cornucopia del génesis en la primaria existencia, el estar en las montañas en estos pequeños paseos es verdaderamente hermoso. Volviendo al soliloquio de mis delirios, al menos a mí me parece reconfortante la idea de no importar.


Mientras yazco tranquilo en estas colinas de zacatales y descensos, donde los vientos soplan con ira titánica, y las alas de ángeles giran dando vida a las lumbreras; mi felicidad ante los conocimientos prohibidos me llevan a estar suplicando que las entidades exteriores que he observado a través de métodos sacrílegos, jamás conspiren en nuestra contra. Las mentiras que el cosmos nos ha dicho, por pura piedad para permitirnos el suave alivio de ignorar y existir en paz, comienzan a fragmentarse y agrietarse para dar lugar a la verdad. Ahora veo, ahora si tengo paz, sin embargo, súbitamente esta podría irse tan rápido como ha vuelto. La razón de ser de esto es pues, el recibir paz de nuestra insignificancia es producto de un descubrimiento atroz. La apoteosis del horror.


En mi vida no siempre he gozado de este estado de tranquilidad, de felicidad. Sí, lo admito, ahora tengo la osadía de sentirme feliz. Estoy conforme con mi logro. Mi atroz, sacrílego y negro triunfo. Pero es increíblemente ególatra de mi parte comenzar con este soliloquio sucio a recordar mi historia, de hecho hacer esto me llena de decepción hacia mí mismo. Sin embargo a pesar de mis obvios fallos, creo que no sería mejor de ninguna otra forma. Sí, estaba solo sentado en el pastizal viendo a la ciudad cuando recordaba cómo me transformé en lo que soy.


Al igual que una mañana no empieza clara, yo en un inicio sufría en la oscuridad. Sentí el abismo ser el aire mismo que respiro y llenar mis pulmones con el letal frío que le acompaña. La tristeza, el filtro perenne y opaco de mi realidad. Lo recuerdo como si fuera ayer, la angustia perpetua, la imposibilidad del disfrute. Aún debo limpiar mis cicatrices abiertas por mi escabrosa época de ser víctima del dolor de la existencia. El tiempo pasado aún reciente, me constriñe el pecho y lo inunda de frío. Sin embargo la historia de mi recuperación es poco especial, aburrida. La verdad este lastimero inicio carece de importancia en comparación de lo que añoraba hacer ahora. En mis estados más sombríos y oscuros me sentía torturado por entes antinaturales, exentos de nuestra realidad. Los sueños, las alucinaciones, las anomalías oníricas. Todo esto era cotidiano. La luz vino como en un amanecer, gradualmente. La resurreción del sol después de su muerte hace unas horas es el paralelo perfecto de cómo la luz volvió a mi existencia y cómo el calor de la mañana venció el frío de la noche. El asunto a tratar está no en mi supervivencia, sin embargo, sino en las heridas que lamía; recompensa de la victoria pasada.


En mis estados oníricos podía luego de mucho recordar esta cantidad de entes tan abundantes como arena en una playa. Los simbolismos y asociaciones, ecos ominosos de las inteligencias que rozaban con su mano la delicada membrana de nuestra realidad. Los ecos resultando en catástrofes de proporciones cósmicas. Tan pronto como me había levantado de mi espiralado tropezón, me deseaba embarcar en la ambiciosa aventura de descubrir la realidad detrás de mis fantasmales delirios. La anómala percepción de mi realidad era la fuente de mi mal y tambíen, la llave para descubrir secretos prohibidos. El violar los límites que impone la naturaleza universal para así poder mantenerse unida y no dispersarse cual tinta en un mar. El acto más intrínsecamente humano, prevalente en sinnúmero de religiones, lo que nos hace capaces de aspirar a más y asumir relevancias que ningún otro ser adyacente a nosotros goza, es la capacidad de revelarnos ante cualquier autoridad celeste; erguirnos como pilares de mármol ante el alba y proveer para nosotros mismos todo aquello que deseamos y la realidad se niega a entregar. Los dioses tal vez no respondan las plegarias entregadas a ellos, serán pues cartas de amor no correspondido; sin embargo para eso está nuestra actitud desafiante, si una deidad malvada no nos amó nos amaremos entre nosotros y nos alzaremos para un día ocupar su trono.


Así pensaba cuando tuve la osadía de levantarme del periodo que debía significar mi muerte. Me sentía quizá más valiente de lo adecuado, pues por primera vez en mucho tiempo gozaba de caminar y estar erguido; nada de gatear y revolcarse en el fango. El esclavo se alzaba para conquistar su libertad; a cualquiera que prefiera el status quo que impone la vida por temor a conocer el verdadero potencial que oculta no merece ser llamado humano. Su ADN no deja de ser congruente, su biología no deja de ser humana, sin embargo desde el estero filosófico en que ahora me paro, no valdría la pena hacer nada y mejor sencillamente sentarse a esperar el calmado alivio de la muerte; con su fatídico aliento, lista para abortar toda esperanza con su presencia.


Había identificado mi meta y el viaje que me esperaba, Sin embargo ahora desconocía el método que me llevaría recorrer la eternidad. Me encontraba justo donde iniciaba mi camino, sin la capacidad de dar el primer paso, todas las técnicas de meditación me fueron inútiles, los sueños lúcidos fueron fútiles. Los viajes astrales para mí no resultaron más que un barato mito; y si bien es verdad yo estoy siempre abierto a descubrir que mi interpretación de la realidad es completamente errada, soy un falto de fe igual que Tomás. Requiero pruebas, requiero método. Aún en algo tan impredecible, tan fantástico, un área de investigación tan holística, yo requiero por lo menos un esbozo o una parodia de método científico; de otra forma, no hay orden en los resultados. Carecería de una manera objetiva y pragmática de contemplar los logros que resulten del proceso, o del todo implicaría no lograr conseguir logros.


En este punto carecía de catalizador para mi proceso. Sin embargo la investigación de nuevos métodos me daba frutos y nuevas posibilidades para encontrar mi camino a seguir. Entendía por mi formación, que la exposición del cerebro a ciertos compuestos químicos presentes en la naturaleza eran capaces de ensanchar el sendero que me proponía a caminar. Tan sólo esperaba que esta senda no fuera el camino astral que me llevara al reino de Carcosa. Las precauciones eran más que una obligación, una necesidad. Sin embargo tenía bien claro que en el momento en que mi cautela se interpusiera en mi meta, sería un obstáculo que superaría con pesar e ignorancia. Pero superaría.





II


Lo cierto es que la clave para mi problema no la descubrí yo. Tanta gasolina sin fósforos, tantos compuestos listos para hacer una violenta y efímera reacción, faltantes tan solo de un catalítico, una vía metabólica para la inmortalidad a la que le falta la enzima en su paso limitante. Ese soy yo. Sin embargo, todo esto comienza a cambiar el momento en que un paseo inocuo se asoma en el horizonte, una interesante nueva oportunidad de reconectarme con mis queridos amigos. La montaña era la meta, el bosque insondable auguraba misterios indómitos mientras planeábamos pasar a la intemperie. Originalmente la idea no fue bien recibida por mi parte, pero lejos de mi sentido común, me sentí tentado a obedecer a mis más arcanos deseos. Un augurio ignoto poseía mi juicio y me cegaba a la sensatez, me cegaba ante la luz de la realidad. Mi ambición finalmente se comenzaba a asomar por mi piel como una secreción espesa y oscura. La putrefacción que ya había corrompido mi interior ahora se hacía visible por fuera, dudo que mis intenciones fueran un misterio para mis amigos; pero en ese momento para mí sí lo eran. Era la oportunidad perfecta para atravesar el umbral de lo prohibido y, cerca de la naturaleza, donde las energías arcanas son aún más intensas; atreverse a invocar la oportunidad de dar el paso que tanto deseaba.


El aire era frío y aún era de día. El sol brillaba intensamente sobre los campos y los hogares, pero el fuego estelar no arrancaba de estas tierras el helado fantasma de la noche. Yo estaba tranquilamente contemplando el paraje tan bello en el que nos hallábamos, definitivamente algo digno de ser recordado. El camino de lastre finamente compactado contrastaba con los pastizales donde rumiantes pastan y se hinchaban con cada bocado. Lentamente los árboles aparecían, primero uno, luego dos; así hasta que súbitamente el camino lo devoró el bosque y nos encontrábamos en el interior de una espesa niebla verde que nos resguardaba del sol. De Repente el automóvil comienza a alternar sus sonidos con melodías guturales de voces muertas. Con cada rugido agónico, el carruaje de aluminio y acero nos augura su muerte, hasta que finalmente sucúmbe ante el letal abrazo que le estruja el radiador. El vehículo gime finalmente para morir a medio camino. Un silencio incómodo inunda el aire mientras todos en él intentan ahogar su berrinche. Nos bajamos y procedimos a caminar mientras la familia de uno de nuestros amigos volvían para emerger del vientre de esta verde bestia. Nuestros pasos crujían entre la grava y las piedras mientras dábamos pasos por momentos entre hojas secas y muertas. Por doquier se erguían inmensos pilares negros, los troncos de los verdes pinos que mostraban su follaje y creaban un intrincado ensamblaje de columnas sosteniendo un techo de verde. Una piel que nos cubría de los letales rayos de el inmisericorde astro. Nuestros pasos al principio eran débiles y cansados y luego empiezan a dotarse de fuerza mientras nos aproximamos a un punto de meseta; un descanso necesario para nuestros molidos pies, los senderos cambian de dirección mientras nosotros continuamos siguiendolos y los ángulos súbitamente comienzan a empinarse. Luego de un claro comenzamos a volver a subir, con ángulos cada vez más empinados. El aliento me faltaba pero no era tanto por el cansancio, como sí por la belleza del lugar en el que estaba. El aire fresco dejaba un matiz de pino en mi boca mientras subíamos por senderos de tierra compactada, cada vez más empinada. Sabía que nos estábamos acercando, la delicia del aire frío me lo indicaba.


La luz del sol penetraba entre las hojas y resultaba en la proyección de gruesos pilares de fluorescencia translúcida, parecía tan sólida que casi podía tocarla. Las aves suscitaban las solicitudes de reproducción, óperas dictadas sin unísono resultando en una masiva sinfonía de anarquía; de verdad era el himno de la vida: caótico, reverberante, su ignoto proceder palidecía ante su increíble belleza. El hedor de vegetación putrefacta siempre le ha molestado a mis amigos, sin embargo lo encontraba tan agradable que de ser por mí jamás volvería a percibir otra fragancia. Era largo, ya el cansancio comenzaba a asentarse en nuestros cuerpos, pero no podíamos rendirnos; no aún.


Tras atravesar unos dos kilómetros, distancia que se nos hizo eterna, logramos llegar a un claro en la montaña donde el sendero acababa. Las coníferas inmensas abrigaban todas en grupo al claro donde arbustos frondosos crecían, una vieja cancha deportiva que la naturaleza volvió a reclamar. Justo entre esos arbustos, bajo el inmenso y claro cielo de marzo acampamos. Deseábamos morar bajo la bóveda celeste durante el equinoccio de primavera, época ideal para que nuestro conato de aquelarre se uniera. Años han pasado pero su peso no se percibe sobre nuestra relación, nuestros rostros lentamente se marchitan y la vida nos lleva por caminos distintos; arrastran lejos a nuestras naves que sin los vientos del tiempo tan solo flotaban a la deriva cuales fantasmas intocables. Éramos siete, pero mi relación más cercana era con tan solo uno de ellos, al único al que me atrevería llamar mejor amigo. No debo ser malinterpretado, todos son mis amigos, a todos los quiero; sin embargo con Francis es diferente. Existen pocas personas que miran al abismo junto uno y no lo abandonan, existen situaciones escabrosas que trascienden la lógica humana y seres inquebrantables que acompañan a los ciudadanos de Dis. Él nunca me abandonó. Las memorias fugaces de tiempos antiguos vuelven a mi con solo imaginar ver su rostro pálido en aquel páramo verde. De verdad que a veces el precio es mucho, tanto que obliga a descartar la posibilidad de haber invertido todos los esfuerzos en algo similar a una victoria pírrica; pero una victoria después de todo.


Entre los arbustos logramos aclarar un lugar para poder poner las tiendas, unos troncos dispuestos en círculo serían nuestro recinto. La fogata era aún un esqueleto de madera pero el lugar empezaba a cobrar forma. En el horizonte se veía el cielo azul ardiendo en torno al sol y bajo este, todo lo que mi mirada encontraba era verde. Bosques, pastizales, fincas, todo lo que danzaba bajo la luz del astro rey era naturaleza. No estábamos lejos del urbe, sin embargo en este ángulo era imposible encontrar una ciudad. Mientras veía el bosque, la naturaleza, la frescura del campo bajo la luz del sol no podía evitar contactar tremenda vista con la fachada que Francis tenía en su rostro. Lo veía tan similar a mí, tan deshecho, tan derrotado. No podía creer que mi mejor amigo ahora estuviera en mis zapatos, mi corazón se ahogaba ante semejante aparición. En el momento en que el sol comenzaba menguar, decidí sentarme a su lado; conversar con él y ofrecerle mi ayuda, lo que fuera. No lograba evitar pensar en mis propios problemas, en el infierno por el que hace tan poco acababa de pasar.


Es tanta la paz, la calma, la alegría. Me sobrecoge el sentimiento tan cálido en el interior de mi pecho, es tan difícil explicar semejante felicidad en mi estado. En los páramos nebulosos de mi subconsciente soy sujeto de aventuras fantásticas, de placeres inconmensurables. Es tan sublime la unidad, la complejidad de mi la bendita vida que en estos sueños ostento. Debo ser una flor que abre sus capullos en la negra oscuridad de la noche, respirando el insondable aire del vacío eterno en mi memoria. En esos efímeros momentos, admito que es el único instante en que soy feliz. Luego despierto.





2. La llamada del Vacío





Los párpados se me abren a duras cuestas arrastrándose sobre mis ojos como lentas orugas. La perforante luz blanca en mi cuarto me hiere, me ciega el alma. Tanto sueño, tanto cansancio, tantas ganas de volver a mis sueños. Tanta amnesia. Al despertar tan solo recuerdo el negro espacio eterno en que descanso una vez que me despojo de la obligación de estar alerta a mi entorno. Al ponerme de pie y realizar el diario ritual de colocarme mi fachada humana, tan solo puedo añorar dejar todo de lado y volver a mi cálida cama. La verdad es que hace unos meses yo hubiera dicho que añoro volver a dormir, pero en estos momentos, mi contemplación idílica del asunto es no más si no un producto de mi intenso deseo de no despertar más.


Durante el día mis amigos y conocidos no son algo aparte de obligatorias molestias, sombras que se estacionan frente a mí para luego volver a difuminarse en el vacío; vicios a punto de cometerse, distracciones que no aportan nada a mi vida. Las preguntas de ellos son tan constantes y agobiantes que casi prefiero encerrarme en las cuatro paredes de mi cuarto y no emerger jamás. Eso sería una buena idea, así me alejo del bochornoso y calcinante sol. Me alejo de la perpetua molestia de continuar fingiendo que deseo existir.


Tengo que ser crítico conmigo mismo, pero no encuentro otra manera de explicar cómo me he sentido durante los últimos ocho meses, mientras caigo más y más adentro de esta espiral sin final. Dicen que es culpa de los horarios, que los días se vuelven tan similares que dan la impresión de convertirse en un círculo. Que uno cree vivir y revivir el mismo instante, el mismo fracaso. Un dejá vú que nunca se marcha, como un tatuaje de percepción en la mente. Yo no sé mucho de eso, tan sólo mezclo un retazo de mis ideas y lo hago sonar bien, después de todo, no vale la pena contar una historia si no se tiene la molestia de contarla bien. Tan solo imaginense lo que es para mí estar atascado en este cerebro, con esta frágil bolsa de carne que se descompone día con día. Sí, en este punto ya no lo soportaba más, y aquellos que me preguntan por qué no lo finalice todo, mi respuesta es que no sé. Me confunde, mi sensación de desesperanza con la falta de acción que tome al respecto. Es posible que estuviera tan emocionalmente destrozado que careciera de voluntad hasta de atentar contra mí mismo? No se.


Estos párrafos resumen de manera eficaz cómo me sentía en aquel tiempo, cómo la frustración y el fracaso, la soledad y el aislamiento eran cosa de todos los días. Me había acostumbrado a ello. Pero la razón por la que escribo estas líneas no es para recordar viejos tiempos de amargura, sino para internarme en lo profundo de la oscuridad que me amenazaba. Yo pensaba que mi situación poco podía empeorar. Mi balanza pidiéndome que comiera más, mis muñecas suplicando para que no las lesione más, podría decirse que no escuchaba bien las plegarias de mi propio ser, y menos serían escuchadas; porque esto se iba a poner aún peor.


Ocho meses, dieciséis días, cuatro horas, quince.... no, 25 segundos. Esa era la cantidad de tiempo que yo calculaba que estaba durando esta negra y pesada niebla que se cernía sobre mis ojos, el petróleo de indecible origen que me impedía ver más allá de mi constante ahogo. Ese mismo día, sin previo aviso, sin causa, sin otra manifestación que me hiciera pensar que finalmente mi cabeza se había partido y había cedido ante la inmensurable presión de la patología. Sólo ocurrió y no tuve tiempo de prepararme para ello.


Era un día de tantos en que caminaba a rastras con demasiado sueño y cansancio para poder tan solo llegar al autobús. Me despedía de ese enjambre de ignotas figuras sin importancia, tantos extraños; siempre me preguntaba si por casualidad diera fin a mi propia vida en media vía pública, al menos alguno de ellos se sentiría interesado. Suponía que no, puesto que en la sociedad a nadie le importa una persona hasta el momento en que deja de actuar con normalidad. Como un bombillo al que todos le restan importancia hasta que un día se funde y ahí de repente sí importa. En mi caso no iba a ser así. Yo no importaba y mi muerte no cambiaría eso, o al menos para entonces importarle a los demás carecía de sentido. Pero todo esto sufrió un giro para peores cuando de entre la multitud de entes sin rostro que caminaba como ánimas en una procesión prohibida a dioses malignos, una voz, un eco del pasado distante me deslumbró. De entre una jauría de desconocidos, una voz certera como un rayo exclamó mi nombre. El mío. No entiendo, ninguna de esas personas me conoce, nadie de ese grupo habló de nuevo con la misma voz que la emisora del llamado; pero lo oí, estoy seguro de ello.


Al principio era molesto dormir, despertarme a las tres de la mañana con un solo pensamiento en mi cabeza, el de no tener que despertar. No puedo contar la cantidad de veces que me despertaba en medio de la penumbra para tan solo fallar en mi intento de reanudar el sueño. Sin embargo el problema ya no era ese; parálisis, estados de sonambulismo, despertar en partes de la casa donde no recordaba haberme dormido y, lo peor de todo, las pesadillas. Había cambiado el insomnio por el horror. Mis sueños ya no eran un santuario donde la plácida amnesia devoraba todas las imágenes para solo dejar la dicha de haber dormido y el deseo de continuar. Mi castillo ahora había sido profanado con las caras de seres en suplicio eterno carcomidas por eones. Mientras rugían y gemían en su intenso dolor, la fuerza con la que estas pesadillas me perseguían durante el día tan solo empeoraba mi situación. Mi nombre, los gemidos decían mi nombre, el ensordecedor grito de la vigilia solo era continuado como quien entrega un relevo a mi torturador nocturno. Así, hypnos tan solo cambiaba de turno con el siguiente participante en mi tortura.


Los sueños fueron cambiando, también su efecto en mí. Me encontraba con problemas para memorizar, al principio. Luego, la afección se expandió a mis ya deplorables habilidades sociales, luego a mi autoimagen. Sentía como si el vacío fuera lentamente devorando mi mente, torciendo, sometiendola. La metáfora se ajusta mucho a lo que en realidad pasaba. Tanto mis sueños como mi realidad empezaron a teñirse de negro, los colores cada vez eran menos brillantes; y aquellos que aún lo eran me repugnaban profusamente. Estaba empeorando, lo sabía y no podía hacer nada al respecto.





No fueron muchos meses en los que esta sensación empeoró, pero sí fue muy intensa la manera en que lo hizo. Pronto dejé de sólo escuchar los lamentos de las almas en pena de mis sueños, sino que ahora veía todo como un ocaso perpetuo en que la penumbra devoraba la existencia. Mis sueños sólo imitaban a la realidad y visceversa. En mi sueños, negros tentáculos reptaban por páramos desolados mientras se estiraban y contraen dejando a su paso negra tinta que se esparcía como las hifas de un hongo; en ese mismo patrón de ramificaciones. Noche con noche los sueños se empañaron de negro; día con día mi vida se iba por el barranco. Dice la gente que me conoce, que veía cosas que no estaban ahí, yo la verdad no recuerdo. Esta época fue muy nebulosa para mí. Nunca antes tuve tanto miedo, esta era una fuerza imparable que permea la membrana que separaba mi realidad de mi onirismo. Con cada noche los tentáculos se hacían más grandes, más ensortijados, las grietas que dejaban sus rastros de tinta eran más profundas y más estrechas. Comencé a ver simbolismos que no comprendía en ciertos animales, admirando la negrura de los cuervos, que por cierto empezaron a revolotear cerca mío constantemente. Los sentía prácticamente hablarme. Yo sé que cuesta creerlo, pero es real; todo fue real.


Ya no era mi nombre lo que el coro de condenados aclamaba, era distinto. “Mira en mí”. Un mensaje tan sencillo, tan ominoso que me llenaba de pavor con cada respiración cuando lo escuchaba venir de las negras flores que empezaron a brotar en mi patio. “Mira en mí”, cantaban al unísono como un impío coro de demonios.


En mis sueños tampoco había escape. La negrura comenzó a devorarlo todo, ya no era discreta, ya no era un colectivo de flagelos extendiéndose. De repente, yo caminaba en una insondable oscuridad donde no podía sentir nada más que el aire frío entrando por mi garganta y mis pasos en una superficie húmeda y viscosa. Una noche finalmente el vacío devoró todo; no dejo ni una sola estela de luz, ni una partícula de lo que una vez fue un bello paraje onírico. Siempre entonando el mismo cántico maligno que consistía de sonidos invertidos y reverberantes, como ecos cacofónicos de espectros corruptos. “Mira en mí”.


Así que así lo hice, camine por largo tiempo hacia el origen de la voz, camine por lo que parecieron años. Luego me percaté que no era una ubicación específica lo que buscaba. Toda la negrura en la que está envuelto me gritaba, me hablaba, me cantaba. Así que hice acorde con el sonido. Miré en Él.


No sé por cuánto tiempo contemplé, hasta que el cántico se detuvo finalmente y empezó a intentar dialogar conmigo.


“No sos nada.”


“No me importa.”Respondí.


“No valés nada”


“Lo sé”, conteste de nuevo a su reproche.


“No sos digno de responder a mi llamado. No sos lo suficientemente fuerte, lo suficientemente cuerdo, lo suficiente para resistirme. PUNTO.”


“Yo no te llamé aquí, ni siquiera entiendo que se supone que seás.”


“No importa tu entendimiento, entidad menor de mente frágil. Tu cordura, tu personalidad, tu vida, todo lo que sos, todos tus recuerdos, hasta las funciones mismas de tu patético e inútil sistema autónomo han sido no más que un exquisito aperitivo. Como tú, muchos he consumido, muchos consumiré. Déjate ir, no tenés la voluntad para pelear.”


“Qué se supone que haga? Suicidarme? Eso es? Toda la depresión psicótica para esto? Entonces sos tan solo un patético fanático cósmico del snuff que se maravilla a estratos ectásicos con solo vernos enflaquecer, pudrirnos y finalmente morir por nuestra mano? Que mierda de plan, que asco de existencia. Si sos una deidad, pues que asco de deidad sos.”


“No te podés resistir al llamado del vacío, solo dame tu mente, déjame consumirte. Tus sesos son más deliciosos cuando me los entregas.”


“NO. Es cierto que no tengo la voluntad para pelear, pero tampoco tengo la necesaria para ceder a tal orden. Si es una depresión, entonces en mi caso es tan severa que no me importa si sos o no una deidad oscura y prohibida de infinito horror; una que vive de atormentar a la humanidad y cualquier otro patético ser pensante que se le ocurra aparecer en la faz del universo. No me importa si tenés ungidos en la tierra para guiarme a vos. No me importa lo que sós, lo que éramos ni lo que serás.”


“Este insulto no será tolera...”


“No me importa, nada importa. Heme aquí contemplando al vacío y siendo contemplado por él y no me importa. Esto es un sueño, la vida es sólo un sueño para mí, mi mente no es más que un intento de computadora con sus circuitos defectuosos y degenerantes. Sí lo que quieres es verme morir, quédate esperando hasta que mi carne se degrade, pero jamás por mi propia mano. No tengo la voluntad ni la habilidad motora en este punto para que eso sea posible. Me largo, en vos no hay nada que quiera seguir mirando.”


Esa noche desperté a las típicas 3 de la mañana. No me pude volver a dormir, no porque lo intentara sino porque estaba petrificado del horror. Temía volver a ver eso.


El amanecer vino, no puedo decir que fue hermoso, tampoco que simbolizó un cambio en mí. No simboliza nada; solo vino. Pero sí puedo decir que recordaba ese sueño muy bien, me acompañó por días sin fin hasta que me atreví a dar el paso final para poner fin a esto. Sé que no puedo huir del vacío, sé que sus tentáculos negros son inescapables. Sé que los ungidos por él en algún momento me encontrarán y no estarán muy contentos por haberle escupido a su Señor en la cara. Así que esta fué la única salida que vi vigente, fuera de ceder a lo que él me pedía. Afronté al vacío, al nihilismo, a la depresión, a la locura; a todos de frente y sin titubear. Ya no tengo miedo, por eso fui en su búsqueda. Por que estoy más que harto de escuchar la llamada del vacío y sé que no soy lo suficientemente fuerte para pasar mi vida entera sin responderle; sin aceptar sus seducciones.Contarle mis problemas a un profesional pago no suena como la solución a todo, pero honestamente, la terapia si me ayudó; aunque lo que hice después fue lo que me acercó al estrato de los dioses.





3. Recurrencia Temporal





I


No podía evitarlo, nos encontrábamos bajo la sangre del sol, los bloques de luz escarlata que se solidifican ante mí, mientras las llamas finales mueren en silencio. Francis observa la fogata mientras me confirma que últimamente no se ha sentido bien, “que la vida le pesa” me cuenta. No entiende por qué, pero además de la espantosa sensación de pesar, Francis ha tenido demenciales sueños donde convive con terrores crepusculares dignos de contarse a la luz de estas llamas en estados más primigenios de nuestra evolución. Seguramente si se hiciera así, tendríamos nuevos dioses con el pasar del tiempo, pues entidades como estas, a la descripción de mi amigo, sonaban tan prohibidas y fantásticas que la sangre me hervía de curiosidad más el alma se me quebrantaba en pesar al oír a quien quiero como a un hermano sangrar las lágrimas negras que caen por sus ojos. Decirle que lo lamento muchísimo no llega ni a aproximarse a lo que él necesita oír, pero es todo lo que siento que pude decir con absoluta sinceridad y sin melodramas; a él no le gustan. Unas palmadas en la espalda y la promesa de que la noche se prestaba para ser disfrutada eran insuficientes palabras de consolación, pero él reaccionó a ellas.


Su mirada se enterneció a la luz del fuego, parece que las llamas le encendían el alma, algo que es necesario cuando nos sentimos en ese oscuro abismo. No hay luz en esa penumbra perpetua, por tanto para sobrevivir es vital encender nuestra propia lumbrera, o imponerse y dominar las sombras. Estoy divagando, en este momento la memoria se me empaña con mis ambiciones de aquel momento. Francis al rato se veía contento, mientras todos cantábamos y algunos bailaban bajo la luz de las estrellas, el rostro lacerado de la luna y el calor del fuego. Éramos felices ahí. Esto claro duró un rato hasta que Francis se hartó y me llamó aparte, tenía algo que decirme.


“Tengo esto, no son setas, no son hierbas; son flores.”


Eran capullos de pétalos púrpura secos, con sus tallos cortados justo en la unión entre tallo y flor. En medio de los pétalos habían bulbos gruesos y carnosos donde el fruto yacía.


“Tomá, comé del fruto y sé cómo dios” así me dijo en un blasfemo tono de alegría.


Yo no quería, necesitaba librarme de tal situación y de hecho mi negativa iba a ser rotunda, hasta que claro, se le ocurrió a él repetir las palabras que acababa de decirme.


“Ser como dios”.


No puedo ser tan sencillo. Él prometió decirle a mis amigos que había ingerido algo un poco más conocido, cosa que para ellos no sería extraño pues pocos estaban coherentes y, debo agregar, no era tanto que lo estaban. Así que sin más ni más comí del fruto y me preparé para emprender un viaje en el que seguramente dejaría detrás mi cascarón humano como una piel mudada. Me alzaría a ser más que humano y por fin, sería capaz de comenzar a seguir el rastro que el dios prohibido dejó en mi mente, de mirar en él y saber que quiere de mí.


En el principio la noche consumía la luz, el abismo nos devoraba mientras el frío letal corrompía nuestros huesos. Me sentía feliz mientras bailaba y jugaba como un niño en torno a el centro, entonces ocurrió. Uno de nuestros compañeros logró encender la fogata y por un largo tiempo me quedé mirando a las llamas mientras inhalaba los humos que me rodeaban, los vapores místicos que terminaban por abrir la puerta hacia otro compartimento del otro lado de la membrana. No es sencillo percatarse que la puerta lentamente empieza a abrirse, los cambios de percepción son tan tenues que por un largo tiempo lo único que delata tal estado es la inconmensurable alegría y júbilo que inundan mi alma. Era tan feliz, que el tiempo lentamente se transformó en un río, un flujo intermitente e inconstante que tan solo se atrevía a moverse cuando yo así lo deseaba. Las llamas danzaban y espíritus sonreían al verme y ascender al cielo como lenguas ardientes de gas naranja. Por momentos mi mirada se congelaba en un solo lugar y tan pronto esto ocurría los colores empezaban a avivarse hasta transformarse en una estela luminosa y blanca. Los árboles en efecto respiraban y danzaban al son de la tonada mística que desprendían los ignotos colores que cayeron del cielo. Mis compañeros no estaban conmigo en este viaje personal, pero no importaba, contaba con la compañía de la mente colmena de la que todo ser vivo es parte. Ví cada vida, cada ser, cada alma conectada entre sí y con el ignoto ente sempiterno del que brotaban como yemas de una levadura cósmica. Todos somos neuronas y el universo es un cerebro. Sin embargo, a pesar de las hermosas verdades que me eran transmitidas a través de los frutos de la locura, estas no eran mi objetivo; por tanto, decidí abrir los ojos y contemplar el misterioso bosque y la inmensurable negrura del abismo nocturno.


En un principio las estrellas dejaban una luminosa estela llameante, el obturador de mis ojos estaba abierto. Luego, el cielo ganaba la tonalidad azul del día si mi mirada en él persistía. Por supuesto todas estas cosas y más eran tan solo el umbral, la puerta, los guardianes en mi punto de partida de este recorrido transmembranal. Símbolos desconocidos rodeados de círculos, sellos, runas prohibidas, cantos ensordecedores inundaban el ambiente mientras mis ojos se maravillaban con el espectáculo onírico que se me presentaba; la música que provenía de toda vida en el cosmos comienza a desgranarse y dejar su estela de fluido ferromagnético en mis ojos, veía las ondas. Las navajas de zacate se hendían en mi piel sin herirla mientras el aire frío y seco penetraba mis pulmones, ríos de agua no lograron humedecerlos. En esta situación estuve según mis compañeros una hora u hora y media, en cuyo momento se asustaron, pensaron que había caído víctima de los excesos; Francis estaba calmado, silente, no se refería al tema y pedía a los demás no perturbar mi calma. Entonces fue en ese momento, o al menos eso creo yo, que dí un paso hacia el siguiente nivel. Cerré los ojos, Aquí fue cuando dejé la realidad que percibimos cada día de lado.





II


No me dormí, pues en ningún momento sentí la dulce visita de Morfeo. No obstante, las innumerables figuras que empezaron a aparecer ante mí eran dignas de los sueños más salvajes que la mente humana podría desarrollar. Al principio su divergencia con la realidad era apenas notable, sin embargo mientras mis pasos se hacían más continuos y me encontraba más cerca del bosque, empezaba a deslizarse mi cordura fuera de mi cerebro. Los troncos de los árboles eran de todos grosores y formas, con arbustos en el suelo y hojas secas descomponiéndose ante la tenue luz azul de la luna, me encontraba en la tangente del bosque, justo donde empezaba el claro; en este punto era imposible negar la tentación que significaba dar un paso y meterme en lo desconocido. Lo dí.


Los negros pilares de heterogénea apariencia empezaban a presentar formas imposibles, figuras anómalas que no podían ser producto de mi mente. Las torres de obsidiana tenían grietas profundas rojas de entre las cuales se asomaban atisbos de ojos, estos tenían el iris de distinto color pero la esclera diminuta, ocupando el iris y la pupila la mayoría de el globo. Eran humanos en su morfología, pero eran inmensos, cuando comparé uno con el tamaño de mi mano noté que eran alrededor del tamaño de mi puño; mi mano se observaba derretida y mis dedos se fusionan y se separan. Mi cuerpo era una masa dinámica susceptible a la percepción de mi mente, no al revés como suele ocurrir. Curioso era notar las bioluminiscencias de los ojos en medio del bosque, entre tanta sombra, entre tanto peligro, yo me encontraba súbitamente rodeado de lumbreras multicolores móviles, danzantes. Por largo rato caminé hasta que mi pasado quedó tan atrás que era inalcanzable, rodeado aún de las mismas lumbreras que antes, hasta que repentinamente noté las grietas de los árboles brillando también; el bosque estaba vivo, tenía mente propia y ahora yo estaba como un invasor entre la luz pálida que despedían los ignotos entes que habitaban este lugar. Susurros, cantos distantes y pasos entre la maleza, los escuchaba y a ratos podía verlos en mis ojos como las ondas de agua que se disipan luego de arrojar una piedra en una laguna tranquila. A pesar de las alteraciones en mi percepción, no me fue difícil darle persecución a las ignotas entidades; aquellas que empezaban a colarse a través de la puerta intermembrana que se había abierto. Sombras ininteligibles se movían entre la oscuridad, entre los árboles que ahora respiraban todos al mismo ritmo. Sí, así lo dije, respiraban y soltaban su aliento cual coro de jadeos primordiales.


Mientras más caminaba los cantos distantes se volvían más cercanos, lentamente se volvían también más claros, ya no eran sólo susurros, sino una intrincada lengua ignota que me llamaba. A lo lejos una luz azul como la de la luna brillaba entre los árboles, así que emprendí carrera para poder verla con mayor atención.


Los ojos en los árboles miraban fijamente hacia la fuente de la lumbrera, arriba entre las copas de unos árboles sin ojos ni grietas rojas. Como una estrella incrustada en el bosque, la luz era cegadora una vez que me acercaba, pero me atreví a caminar en su dirección; los cantos y cacofonías distantes se acrecentaba con cada paso, eran menos lejanas. Las ondas que emergen en mi visión por los sonidos prohibidos empezaron a nublar mi vista, mis ojos se movían a tal velocidad que mi mirada no lograba enfocar. Elevaba mi barbilla con un suave movimiento hacia arriba, temeroso de lo que fuera a ver, centímetro por centímetro los cantos se multiplicaban transformándose en una sinfonía de gargantas femeninas invocando al abismo, al mismo abismo que una vez quiso consumirme. Sobre las ramas de los árboles, entre el crescendo un millón de almas en éxtasis, yo atestigue una entidad jamás antes vista en sueños por mí. El pálido azul de quien pensé era la luna, venía de una lechuza iridiscente, que con cada respiro dejaba salir el desfile de cegadoras cacofonías. En sus ojos las estrellas del cielo se dibujan, pues eran como negros abismos que contenían el cosmos. Me miró directo al alma y su cabeza giró media vuelta hasta que no me veía más; entonces, salió volando a toda prisa con su luz calcinante irrumpiendo por todo el bosque de tentáculos negros. Yo corrí, la buscaba, sus cacofonías y su luz se convirtieron el rastro que decidí seguir. Por largo tiempo caminé sin sentido por el bosque hasta que la lechuza bajó y se estacionó a pie de un árbol inmenso. Las ramas de tan imponente vegetal se movían respirando como tentáculos gruesos. Sus hojas eran escasas y llevaban marcados los mismos ojos que he estado viendo en los árboles por largo tiempo. Las grietas, rojas, profundas como las heridas que deja en la carne el mas ruin de los odios, se esparcen por todo el contorno de la corteza cuales raíces de un parásito ignoto que vivía a partir del árbol. Cuando la lechuza volvió su mirada hacia mí con ojos de frías estrellas, el árbol cambió su ritmo; ya no movía sus tentáculos respirando, ahora latía como un corazón palpitante, distribuyendo sus ramas en torno a la lechuza y dándole un nuevo juego de alas ahora más siniestras. El búho continúa emitiendo sus cánticos místicos, y todo lo que veo vibra con el aleteo de sus alas, mi corazón se estremece en ese instante y luego me calmo, es un ciclo. Es su respiración la que me conmociona. En cierto momento esta ave volteó su mirada al árbol mientras este era marcado por miles de pequeños símbolos, letras de una lengua que se ha perdido. Ahí fue cuando el ave abrió su pico y el sonido extraño de “Nyantartah’gap” emergió de su boca.


La luna brillaba inmensa tras el árbol que tenía escarbado en su carne un evangelio prohibido de horrores inexplorados. Con cada canto el misterioso búho hacía el bosque entero temblar mientras me miraba justo en el alma con sus ojos estrellados como la noche. Me acerqué a él y entonces miré en lo profundo de sus ojos. Su poder, su magnificencia, su sola presencia sería capaz de hacer a un hombre temblar de terror y enuclear sus ojos con sus propias manos, pero yo no tenía miedo. Sentía dicha, un flujo extático que recorría mis entrañas e inundaba mi alma de placer, pero no; la experiencia no fue erótica. Sentía la dicha que recordaba en mi infancia, la alegría de descubrir un universo nuevo y establecer por fin contacto con las entidades más allá de la membrana de la realidad. Aún puedo ver con claridad entre la negrura del cosmos que se inunda lentamente de nebulosas y millones de estrellas, justo entre pilares de polvo que dejó ahí el recorrido de entidades vivientes que no podríamos comprender, cuya existencia desafía nuestra cordura; justo en esos remanentes de vida imposible se distiende la tela del espacio y tiempo, deformándose pues la consistencia misma de nuestra realidad por el toque prohibido de una entidad para quien todo lo que somos no es más que una burbuja en el océano. Nadie nos asegura que en algún momento con esa misma impermanencia dejemos de existir súbitamente, encontrando reventada nuestra burbuja dimensional. Sí, he aquí he entendido lo inefablemente insignificante que somos, al punto de parecer todas nuestras empresas, todos los frutos de nuestra voluntad, no más que ridículas bromas que nos estamos tomando demasiado en serio. La tragedia de la existencia humana no es pensar que un dios impío ignora sus gritos, sino que su voluntad y actos importan lo suficiente para llamar la atención de un titán tan colosal. Llora todo lo que quieras en esta sucia roca que llamas hogar, hombre, pues ni tu dios, ni tu diablo, ni tu virgen, ni nadie escucha tus gritos. Desgarra tus cuerdas vocales en un mar de llanto, pues el indefenso bebé que es tu especie está completamente sola en el abismo, gemando del abismo cual hongo y volviendo a él cuando el delgado hilo de su existencia temporal termina por romperse.


Todo es un chiste, mejor aprendo a reírme aunque sea forzoso antes que me consuman las lágrimas. Pues si a nadie dirigí mis oraciones, no desperdiciaré mi tiempo como lo hacen aquellos, yo trascendere mi estatus de miseria cósmica.





III


El incesante ruido de las aves no me permitió continuar en los brazos de Morfeo. Mis ojos se abrieron con durísimas penas y un profundo dolor consumió mi cuerpo, en todo mi ser las fibras de mi carne se rasgaban y reparaban. Con gestos forzados y torpes me logré poner en una posición más digna de la vigilia, mientras intentaba reponerse de las innumerables vueltas que mi cabeza daba en torno al cosmos. En la parte superior de la tienda donde dormía una malla blanca me permitía ver el cielo azul de la madrugada, el sol lentamente comenzaba a emitir su incinerante aliento; consumía el bosque con su luz mientras espantaba a la noche. Las estrellas, lumbreras nocturnas, una a una iban muriendo como moría mi delirio de la noche anterior. Tras abandonar mi nido pude inspeccionar los remanentes de la celebración de anoche, no sabía cómo había terminado en la tienda de campaña, pero no me molestaba esa falla en mi memoria. Unos pasos sobre el césped alto me dejaban ver evidencias de un caos del que sólo quedaban remanentes. Unas cuantas botellas en el piso y restos de comida procesada eran los desperdicios a recolectar. Uno a uno los compañeros de excesos empezaron a emerger como salen suricatos de sus madrigueras, bostezos, quejas por dolores de cuello y resacas era lo más común a escuchar. Yo por momentos perdía el contacto con ellos y no lograba evitar contemplar la belleza del lugar en el que ahora me encontraba inmerso. La luz del sol bañaba con sus pilares fríos de luz el claro en el que me hallaba, los árboles se erguían fuertes como guardianes a la frontera del bosque con sus copas bailando al son del viento.


“Mae te encontramos en medio del bosque en posición fetal”, me decían mis amigos. Al parecer Francis no quiso explicar por completo la situación, pero sí ayudó a evitar que mi paseo a través de las dimensiones no tuviera mayores repercusiones. Lo cierto es que por más que deseara sentarme a examinar el bello bosque de mañana, la labor de regresarnos era inminente. Con prisa dejamos ese punto de la naturaleza como si nunca tuviera que cargar con nuestra presencia. La caminata hacia abajo estuvo cargada de conversaciones sobre lo épico de nuestro paseo, la alegría que tuvimos. Vieron con gran chiste mi desliz hacia la locura, mi delirio fugaz que acabó con mi trascendencia fuera de los grilletes de la humanidad, mi atisbo de divinidad. Por un momento fuí libre de todas las ataduras que esta prisión de carne impone sobre nuestra alma; ellos no van a comprender y no espero que lo hagan, tampoco quiero asustarlos con la psicodelia y el delirio irreal que representan para ellos mis palabras. Francis tenía razón, estas eran las palabras que resonaban en mi cabeza mientras bajábamos de la montaña; en verdad aquella noche fuí como un dios, observador de toda la realidad existente, conocedor de verdades prohibidas, capaz de doblar y modificar la realidad a mi voluntad.


Tras el delirio de entonces los efectos volvían por instantes como las olas del mar, la marea que sube y baja continuamente con cada ola. Sin embargo yo estaba más calmado, de todas las cosas que ví e hice tan solo recuerdo las que en este momento comparto. Aquí en esta cumbre viendo la ciudad, admito que muchas de mis verdades han sido lavadas por el tiempo, pero de muchas hay pocas que perduran; mi mente ha cambiado y se ha expandido. Mucho terreno he cubierto desde aquel entonces, tanto así que no sería adecuado decir que soy la misma persona que era en aquel momento. Este fue en definitiva el instante en que la semilla fue sembrada, en que germinó y comenzó el ciclo que llevaría a su crecimiento.





4.Entropía





I


Ha pasado mes y medio desde mi excursión por paisajes oníricos, me he percatado de la manera en que la divinidad alcanzada recalibra mi cerebro, cambia la manera en que pienso y percibo el mundo; casi me es posible confirmar que sí era otra persona. De mis amigos en este tiempo he sabido muy poco, esto pues mis obligaciones me han forzado elegir entre el éxito y mis amistades; digamos que eso vale la pena. Por otro lado, mi ambición en este tiempo se dió por satisfecha, no he requerido elevarme más, germinar por siempre para abrirme paso por la tierra etérea en la que todos somos tan solo brotes de semillas recién plantadas. Ahora cuidaba más de mis responsabilidades, pues el calendario de los tiempos señala que es mi obligación hacerlo; coincidencia perfecta fuera que este mes sirviera de periodo refractario de los prohibidos frutos. Lo anterior no debía decirlo ahora, por eso me disculpo. Francis me daría junto con esta, otras indicaciones sobre el uso de las flores prohibidas. En fin, en este punto me encontraba satisfecho y sin deseos de continuar por mis sobrenaturales paseos, conforme con los exquisitos horrores que ya había atestiguado.


No todo era tan sencillo, tan cuerdo. Desde que la puerta fue abierta en aquel lugar aberrante donde la naturaleza sirve en complot con deidades olvidadas, donde el hombre se ve a sí mismo carente de todo significado; mi mente se encontraba perceptiva ante pulsos distantes, ecos sagrados que ninguna mente debería procesar. No, no soy especial; mi mente era tan solo plagada por sueños de indescifrable horror, visiones insólitas de locura. Soñaba con parajes devastados carcomidos por vientos rojos, edificios entrelazados con negras hifas de hongos bulosos que crecían con bulbos gruesos en los costados. Los vientos los nutrían, o quizá eran los heraldos portadores de esporas que esparcen esta infección por el planeta. 


En otros sueños, noches eternas sin estrellas se extendían por el paño celeste mientras la superficie de los campos reverberaba con luces claras tal cual lo harían durante el día soleado. En esos lugares no hacía calor, sino era fresco el ambiente mientras respiraba aire frío. Las bestias de la tierra brillaban con puntos fluorescentes azul pálido, más no eran identificables como animales, sus misteriosas formas y capacidades escapan a mi mente ahora; pero la prevalencia anómala de flagelos era absoluta, tentáculos con ventosas luminosas los ayudaban a cazar y movilizarse y cánticos subnormales eran los sonidos que emergen de sus guturales estructuras. Casi estoy seguro que visualizaba parajes alienígenas de lugares exentos de nuestra realidad, dimensiones ocultas que sintonizaba con mi mente en frecuencias desconocidas. Símbolos, runas, líneas y círculos invaden los instantes hipnopómpicos, entramados de líneas y curvas cuales fueran letras de un ignoto lenguaje, me seguían persiguiendo en los instantes previos a emerger de la enajenación de mis sueños. Sin forma de descifrarlas, por mucho tiempo me asombraron hasta encontrar el medio de traducirlas. Todo este tiempo la fluctuación constante entre lo tangible y el misterio dimensional que marcaba mi mente no era tentador, pero esto cambió al encontrarme de nuevo con Francis.


No fue planeado, igual que suele ocurrir con los hechos de cambio más dramático, ocurrió repentinamente. En el campus de la universidad un día sin desearlo nos encontramos caminando de frente, lo que prosiguió fueron las formalidades de siempre y el plan de vernos luego de finalizar nuestros deberes. Sería mentira si digo que lo vi en buen estado, mi pobre amigo se veía consumido por un vampiro nutrido hasta el engorde, sus ojos apenas eran visibles entre los círculos negros que se dibujaban en sus párpados, su piel reseca se había tornado grisásea de tan poca sangre que aparentaba poseer. Una mirada vacía y contemplativa estaba tatuada en su rostro, y sus ojos palidecen en un tono mate de café que no me dejaban de invocar la sensación de los más letales augurios. Estaba seguro que las moiras iban a cortar su cordel pronto. Durante el resto del día proseguía mis actividades con mi mente divagando a aquel momento en que lo ví deshecho, un cascarón vacío caminando en el campus; luego volvían al día en que lo vi en el bosque, el cuadro era el mismo pero con una severidad mucho menor. Un ignoto padecimiento consumía a mi amigo y no era capaz de detener el proceso, no valía la pena toda mi instrucción si no me servía para salvar a mi amigo más cercano. Cuando el momento llegó Francis sólo ignoró mis ruegos por conversar de su aparente problema, desviando el diálogo por la tangente hacía evidente que no quería que me involucra en esta situación; por otro lado era frecuente su mención de las flores que me regaló en aquel prohibido bosque. De seguro estaban relacionadas con su desvanecimiento. Finalmente tuve el insanto atrevimiento de preguntarle por ellas, y comenzó a hablar de manera perturbadora en una taquilalia digna de una posesión demoníaca. Relatos sobre prados prohibidos en desconocidas latitudes donde crecían como el césped en todo lugar donde él pudiera poner la vista de sus ojos, me hacían sospechar de su necesidad por ser brindado a un profesional. Luego comenzó lo más descabellado, en una bolsa de cierre hermético él procedió a darme múltiples de los capullos secos de los que me dió a probar en aquel paseo. Seguidamente comenzó a saturarme con instrucciones para no “terminar como él”; obviamente no quiero que estas instrucciones perduren en la mente de alguien más que yo o cualquier persona que elija como acólito, esto por los eventos que siguieron posterior al desenlace de Francis.


Lo cierto es que en un principio dudé de volver a usar, tenía un intenso pavor de perder el control de mis visiones, así que decidí consumir tan solo una, mas no en aquel momento. Según sus explicaciones entre el murmullo interminable de la gente y las vetas de vapor de café, tan solo uno de los capullos bastaría para que comenzara un proceso de maldito crecimiento en mi mente. Según lo que decía, obvio producto de un delirio, estas flores nacían de mi mente y penetraban la membrana onírica entre los mundos; de los parajes de mi alma emergen para ser encontradas en mi cuarto, como si las estuviera cosechando del fértil campo de mi mente. Pobre Francis. Mi frustración era grande, y más lo fue cuando le pedí dejar de comprar de su proveedor; me declare muy agradecido por pensar en mí para conseguir su vicio, pero no quería que terminará destruyéndose a sí mismo por el ímpetu de sus deseos. Él sólo negó todo, era tan terco.


En este punto no me importa quien sea su proveedor, pero me preocupa de sobremanera seguir sus pasos y ver mi carne degenerada por la ambición de transgredir esa barrera reservada para campeones y mártires que se transforman en dioses. Le pregunté por sus antecedentes, necesitaba saber de qué manera lograr conseguirlas, con qué conceptos y rituales las relacionaba; me imaginé que de esa manera no solo tendría pista sobre el impío que lo agobió con estas drogas pero también conocería el origen ritual de los sueños inducidos por las flores, pesadillas que aún me atormentaban. Así fue como terminé iniciando estudios en temas ocultos, leyendo sin parar acerca de las ideas prohibidas que hacían a sus autores acreedores a la hoguera. De este modo comencé verdaderamente a caminar por la senda que conduce a la perpetua oscuridad, y lo hice con gran alegría puesto que sabía a qué lugar conduce este conocimiento prohibido; lejos de la jerarquía celeste, lejos de tener la bota de un millar de ángeles en mi garganta. Me elevaría con conocimiento que me libraría por fin.


Leyendo encontré que existen métodos para descifrar las extrañas curvas y líneas que en mis sueños aparecían, traducciones extrañas y hasta dudosas de los símbolos fueron escritas en un cuaderno mientras continuaban los sueños con nuevos símbolos. No sé si habrá sido del abismo insondable con el que soñé en un punto, pero estaba extrayendo conocimiento de esta entidad anómala. Las instrucciones no siempre eran claras y de hecho no venían con la adecuada lucidez en la mayoría de los casos, pero las mantenía en record y mantenía los símbolos apuntados en caso de una segunda lectura que revelará más información. No conocía en estos momentos el potencial de las lecturas que realizaba, ahora lo entiendo mejor y hasta lo sigo y seguiré usando; de otra manera me quedaría sin forma de recibir indicaciones. Las instrucciones que lograba descifrar venían claras formas para alterar el mecanismo fisiológico por el que funcionaban las flores, de manera similar en que en ciertas personas las drogas psicodélicas incitan ataques de ansiedad, mientras en otros producen la ilusión de haber contactado dioses falsos. En mi caso, no era una predisposición genética, ni un mecanismo epigenético; no era una mutación en un receptor, sino la manera en que el trayecto era llevado. Al parecer existen formas alternas de recorrer ese camino, de forma tal que la misma sustancia que destruía a unos, edificaba a otros. Así que comencé a seguir las claras indicaciones para poder utilizar tan innato don a mi favor, necesitaba preparación para poder tomar de nuevo las flores de la locura. Los mensajes comenzaron a apilarse en mi cuaderno mientras mi ambición volvía a aumentar, me entusiasmaba la idea de poder brindar a estas artes extrañas y supersticiosas el escrutinio de mi formación científica; sonará como un oxímoron, pero no me importa, sencillamente no hay mejor forma de explicarlo.


Las indicaciones continúan en mi cuaderno, algunas nuevas han sido descifradas, otras han sido corregidas; para todo aquel que desee ser mi acólito toda la información viene como caída del cielo, pero en esta remembranza de ninguna forma me adentraré en detalles de mi inescrupulosa investigación.


Puedo explicar, sin embargo, que mi teoría en aquel momento era que estas flores poseían un alcaloide agonista a receptores en el cerebro, probablemente el receptor 5-HT, por desgracia no contaba con los medios para poder comprobar esta y demás hipótesis; aunque pensando bien esto, la verdad en ese momento me hubiera parecido tan descabellada que a muy duras penas hubiese sido capaz de creerla y luego de esto, claramente habría perdido la cordura. Así entonces continué a ciegas navegando a través de incontables abismos, actuando más por intuición que por fe o lógica; aguardando el momento en que por fin estuviera listo para usar las flores de nuevo, para invocar a las fuerzas latentes en el universo.





II


Poco tiempo pasó antes que mi culpa por el estado de Francis se hiciera más honda, dibujaba surcos negros en los contornos de mi alma verlo en el sepulcral estado en que estaba. Día a día lo veía caer por los peldaños de la balanza, transformándose más en hueso y menos en carne, durmiendo menos y soñando más. Era obvio que estaba siendo acosado por las mismas fuerzas que yo añoraba dominar. Su mente divagaba demasiado durante las veces que nos encontrábamos para conversar, hasta el momento en que noté que estaba padeciendo claras crisis de ausencias. En un momento conversábamos en la mesa sentados de frente comiendo cuando de repente la mirada de mi amigo se vuelve ausente, el brillo de sus ojos palidece a un oscuro café mate y deja de reaccionar a mis palabras, a mi tacto incluso a mis insultos y movimientos; los últimos claramente infundados por el espanto y la incertidumbre. No entendía qué fuerza espantosa se apoderaba de mi amigo pero sin duda me entraron deseos de dejar todo este proyecto de lado apenas lo ví. Con la piel pegada al hueso, con los ojos hundidos en el fondo del cráneo, con sus dedos como arañas tecleando sin cesar en su laptop; mi estimado amigo era una sombra de sí. Precisamente, ese día me había pedido vernos en su apartamento para poder discutir unos artículos que debía entregarme, un asunto meramente estudiantil o al menos eso pensaba él. Podría decir los títulos pero con nombres tan notorios casi sería una barbárica crueldad con estos hombres, Gilman y Elwood en un asunto relacionado con física cuántica y la posibilidad teórica no solo de la existencia de otras dimensiones, sino de poder viajar a ellas; luego, un artículo periodístico que tuvo que ser traducido del francés sobre la teoría de cuerdas en que se hace alusión anecdótica a un músico de apellido Zann. Eran muy complicados, pero mi amigo estaba más que capacitado para traducirlos en un lenguaje que fuera capaz de comprender. Mi objeto de estudio es la carne y la sangre del hombre, no los escabrosos mecanismos que hacen a este universo funcionar cual computador cuántico; entrelazado con infinitos universos de distinta posibilidad. Tengo que admitir, sin embargo, que me parece fascinante la posibilidad de irrumpir más allá de la oculta membrana de esta realidad y penetrar en espacios prohibidos para seres como lo soy yo en este instante; humanos.


Me ofreció más flores, estaba empedernido en mencionarlas por lo menos cada 5 minutos en la conversación; se ponía muy defensivo y hasta hostil ante la mera mención de la posibilidad que implicaba haber caído en una adicción a estas extrañas flores a las que llamé “capullos de Nyantartah’gap” en honor a mi suposición que el extraño búho me dijo el nombre de la ostia oscura que consumí. He leído mucho en torno a los simbolismos alucinados, resulta que en antiguas y perdidas culturas este nombre perteneció a una deidad que representaba “la nada”, según una leyenda pagana contada en partes de Europa donde se sospecha, se entró en contacto con poblaciones de raza negra y donde el albinismo era sumamente frecuente. Conversábamos entonces de medios etéreos para encontrar los designios secretos de entidades que no conocíamos; Francis estaba hablando conmigo en el mismo nivel de apertura mental, pero su cuerpo y su mente se deterioraban a un ritmo acelerado, ominoso por decir poco. Mi miedo era constante e ineludible, mi pánico venía de la posibilidad de terminar como él; un fantasma añorando las flores de la locura.


En su apartamento nos sentamos a conversar mientras yo miraba a mi alrededor los signos obvios del descuido y el abandono, la ropa que tenía puesta era de dudosa higiene y, por el olor, no era de extrañarse si llevaba una semana puesta sobre sus carnes. Me imaginaba su cuerpo lleno de úlceras dejadas por los elásticos de la tela encarnandose y la podredumbre haciendo de las suyas mientras su cuerpo se infecta; eso explicaría su delirio, una sepsis cobraba ahora mucho sentido. Honestamente el olor debía ser nefasto, pero para mí percibirlo era un gran problema porque la facultad me ha expuesto a horrores olfativos indescifrables; por tanto, ahora yo vivo sin mi olfato.


En torno a una mesa pequeña nos sentamos a conversar mientras él tecleaba en la computadora, sorbiendo café rancio y tratando de imaginar momentos y circunstancias mejores.


“Las flores me han enseñado verdades mae, vos lo entendés, lo he notado” dijo en cierto momento. Frase que continuó con un soliloquio de misterios extraños.


“Ve, ya es muy tarde para que yo te diga que no te metas en esto, yo sé; no debí darte aquellos capullos. Pero no importa, te voy a decir entonces que tenés que cuidarte del cosechador, no es tan inofensivo como aparenta. No dejes que las flores crezcan en vos.”


Seguidamente comenzó a rascarse la espalda con cruenta compulsión, yo pensé que se iba a arrancar la carne mientras se hundía las uñas en su prenda y por consiguiente su piel. Me acerqué a auxiliarlo pero cuando lo hice, tan repentino como inició, su compulsión paró del mismo modo. No tengo comprensión necesaria en materia de psiquiatría para brindar una impresión diagnóstica, pero no se requiere mucho seso imaginar que en este punto lo primero a descartar fueran las complicaciones relacionadas con el abuso de sustancias.


Finalmente me rendí, era demasiado. No podía tolerar el estado de mi amigo, no sabía si luego de mi visita sería adecuado más bien llamar a su familia o a nuestros amigos; pero esto no se podía quedar así. Lo más importante era por el momento deshacernos de la “galeta” que había acumulado, “muerto el perro se acaba la rabia” pensaba cuando formulé mi pequeño esquema. De hecho es materia de criterio profesional la noción que una de las primeras pautas para el consumo de una droga es su disponibilidad, si a esto se le mezcla el tabú social que rodea esta actividad, tenemos dos factores que actúan como seductoras tentaciones. Estas son mis convicciones en cuanto a las razones por las que mucha gente abusa de estos frutos sagrados, sin embargo no estoy en contra de su uso; mucho menos después de haber visto al gran búho onírico en estados de trance sagrado. La verdad es que estas flores son un arma de doble filo que deben ser usadas con cautela y reconociendo su innata naturaleza sagrada, no son un juego de azar, ninguna ruleta rusa en la que se tenga la esperanza de esparcir los sesos por toda la pared y dejar un hoyo en el cráneo; eso no es el resultado esperado en la búsqueda por abrir la mente. En mi cabeza descansa la idea que dicta una considerable simpleza de nuestra naturaleza, somos seres tan básicos que nuestros cerebros están centrados enteramente en sobrevivir para conseguir placer, por tanto todas las actividades que generen esta respuesta fisiológica en el cerebro tienen el potencial de volverse adicciones. Calor, sexo, comida, drogas, agua, amor, personas; se me permitiría nombrar casi cualquier cosa que en realidad no podría responder mal. Es una mezcla de interacciones multifactoriales, pues no es cualquiera el que gana la mórbida lotería cósmica de terminar dependiendo de un estímulo. Pero lo importante aquí es que en el caso de Francis él sólo estaba enganchado a estas flores monstruosas por motivo de un negro azar, pues pudo ser en realidad a cualquier otra cosa que le diera sentido a su búsqueda del placer. Claro, mi visión no prohibitiva, donde se respeta el deseo del individuo cae en un pesadísimo conflicto cuando veo a Francis volver a rascarse la espalda de manera tan copiosa, sentir lástima por mi amigo en este estado es más un inevitable gesto de humanidad que un acto inherente al peso del lazo que nos une como hermanos sin carga genética.


“Mae Francis, enseñame las flores, quiero ver si agarro una así bien morada, claro si no te molesta.”


“No, relajado, digamos que tengo más de las que podría comerme. Hasta para regalar tengo”


“Jeta mae, a ver.”


Le intenté preguntar de nuevo la identidad de su proveedor, otra vez fallé en conseguir saberla sin importar cuanto indago en el tema. Recorremos el apartamento mientras él empieza a palpar las tablas del piso, a continuación una de ellas suena hueca y prosigue a retirarla con cuidado. De una negra grieta en el suelo mi amigo saca una caja de metal, una pequeña caja de seguridad con cerradura de llave. La abre y de ella brota una gran bolsa con tantas flores que me era difícil siquiera imaginar la clase de sensaciones que ocurrirían en un cerebro de ser todas ingeridas a la vez.


“Mae me las puedo llevar todas? Osea, no lo dejó sin nada así como así?”


“No para nada mae, vos relajado; esto es sólo lo que me vinieron a dejar hoy, mañana los negros heraldos me traen más”


En este punto el discurso de Francis comenzó a desligarse de la realidad, una cosa era discutir conocimiento de lo oculto basados en nociones metafísicas, pero este nivel de fractura mental no era para nada normal. Sus frases no tenían conexión entre sí y mencionaba constantemente el negro abismo sempiterno. Relataba que se sentía inmerso en un negro mar espeso del que no podía salir, en el que no podía ahogarse. Acto siguiente su carne tiritaba con un ímpetu imparable, sus ojos comenzaron a elevarse hasta parecer haber vuelto sus iris al primordial hogar de sus cuencas. Lo único que me dió tiempo de hacer era sujetar su cuerpo y recostarle en su cama, mientras lo posiciono suavemente noté que algo extraño y filamentoso se palpaba por debajo de su camisa, en su espalda. Lo que ví ahí aún ahora me acosa como la fantasmal imagen de horrores prohibidos, un buen recordatorio de modestia y humildad para comprender que por más que lo quiera negar, aún me estoy metiendo con fuerzas que no comprendo.


Finalmente en su letargo maldito Francis parecía más calmado. Sobre su piel corrían gruesas gotas de sudor frío y musitaba incoherencias, pero al menos ya no brincaba espantosamente. Volviendo al tema de mi curiosidad tuve la severa urgencia de rozar la espalda de nuevo, ahí estaban los filamentos de nuevo, eran muchos; un mar de gruesos vellos que emergen de su espalda, al menos eso parecía. Nada me preparó para la atrocidad que terminé por ver, ningún rezo, ningún cántico, ningún aura hubiera sido capaz de anunciar tan tremendo y ominoso prospecto; pues cuando me atreví a elevar su ropa y ver qué era lo que causaba tan extraña impresión, mi boca se abrió de par en par y mi corazón se estalló como un cristal que es resquebrajado ante la presión intensa de una atmósfera impía, dejando apenas poco más que polvo. En todo lo largo y ancho de su dorso profundas úlceras lo cubrían, estas olían a pino, tan extraño olor para venir de semejantes lesiones similares a carbunclos. De entre las geográficas islas obsidianas que se hendían en su piel, brotaban muchísimos tallos verdes y largos al final de los cuales se ostentaban las bellas flores que había introducido previamente en mi ahora estupefacto rostro. Maldita sea, las flores brotaban de su espalda, todas en el mismo estado de maduración sin presentar la más mínima señal de ir transicionando a un fruto maduro. Había imaginado, a pesar de mi horror, que no eran plantas, pues no he leído de una planta que sea capaz de hacer esto en un mamífero; por tanto mi más lógica idea era la posibilidad de encontrarme en frente de un hongo. Mis náuseas se hicieron severas y un brote de cáustico jugo hirviente comenzaba a emerger por mi esófago. Mientras pasaba irremediablemente por mi interior, brotaba la debilidad en mi cuerpo y el nefasto olor a pino se acrecentaba mientras el cuarto comenzaba a girar apresuradamente en torno a las flores en su espalda. Mis sentidos parecían sensibilizarse ante la atrocidad que mis ojos contemplaban pues podía ver las setas de ignoto espanto emerger de la piel de Francis con cada instante que yo me mantenía en ese lugar.


“Francis, mae véase la espalda. Ni se le ocurra venir a decirme que no le duele esa vara, no me diga que es indiferente a la peste a pino que está inundando este lugar.”


“Mae no, se siente rico, me encanta ver como las flores parten y se llevan un pedacito de mí; ahora soy como el chavalo de aquel cuento que leímos, te acordas? El de la hoja de aire y el listón azúl.”


“Francis ese tipo se mata al final, es eso lo que queres, morirte? Ninguno de sus amigos se dió cuenta que el tipo era maníaco depresivo y jaló del país en un arranque hipomaníaco.”


“Eso te enseñan en tu carrera, a defecarse en la belleza de la vida y la naturaleza?”


“Mae deje de lado esta mierda, al carajo esto, usted y yo no somos los nuevos alquimistas, no somos ningún Crowley ni un Fleming; ni somos ningunos psiconautas recorriendo galaxias. Somos un par de enajenados viendo lucecitas al son del metal progresivo. Caiga en tierra mae!”


“Me encanta como me siento, cada flor que como me llena de paz, cada flor que engendro me abre el camino para desprenderme de esta carne, pero mi mente está vinculada a una computadora cuántica. Me dijo mi guía que despertaré del otro lado y todo será real.”


“Francis, escuchese! Como va andar diciendo que vivimos en una simulación y no sospechar la ínfima posibilidad de estar volviéndose loco mae?”


“Camina de mi mano hijo, ven y sé un dios; con fé tus pies no se hundirán en el agua.”


Finalmente me harto, no puedo continuar soportando semejante anomalía. Los pulsos de mi diafragma se vuelven incontenibles mientras la cáustica fuente termina por emerger por mi boca. Vomito por todo el apartamento de Francis mientras el sigue en el umbral de este mundo y el otro, dormido en su periodo posictal. Yo en este momento no sabía qué creer, por un lado tenía la evidencia científica de su cuadro clínico pero por otro; las malditas flores estaban creciendo en su espalda mientras podrían su carne. Suena ridículo ahora que lo rememoro, pero cualquiera que no estuviera en esa situación carece capacidad para juzgar y si estuvieran, estoy más que seguro que no serían capaces de hacer nada de todas formas.


“Se siente... bien...” dice Francis en un delirio opioide antes de desvanecerse dormido. Yo salgo corriendo de su apartamento y me siento en la acera a llorar como un niño. Estoy solo, no tengo a quien decirle esto, nuestros amigos no entenderían; ni yo ni ellos sabríamos qué hacer. Sus padres solo lo tiraría a una clínica de rehabilitación esperando que se recupere, sabiendo que muy poca gente de esos lugares lo logra. En esta sociedad violar el tabú y atreverse a transgredir la normalidad de la mente con estas sustancias es pésimamente visto y se carga con el más negro de los estigmas que se pueden imaginar. Culpan directamente de esto a la tierra del águila y su maldita guerra contra plantas psicógenas que lejos de arreglar a las personas víctimas del dulce opio; más bien los empuja a caer más adentro. No sabía qué hacer, no tenía a quién acudir, así que acudí a todos; nuestros amigos, sus papás; por poco hasta llamó a los míos. Sin embargo, luego me daría cuenta que nuestros llantos de auxilio no son más que gritos y gimoteos lanzados al sempiterno vacío del espacio, donde no se escuchará nada y las deidades ríen y cantan mientras nos ven.





Esa vez me llevé todas las flores que pude, pero no me atreví a tocar las de su espalda, aunque no es claro si esto lo hice antes o después de salir a llorar. Mi recuerdo es el de mi ignorante persona sentada en el bus solo con una bolsa inmensa llena de las demenciales flores dentro de mi mochila; aún tragando grueso y jadeando a ratos de la fuerte constricción en mi pecho por tanto llorar por la vida de mi amigo.





III


Llegado a mi hogar, tras un abrir y cerrar de puertas yo no pude hacer más que encender un cigarrillo, tomarme un café y pensar tranquilamente sobre lo que debía hacer ahora. En la mesa a mi lado descansaba una bolsa grande llena de los misteriosos capullos purpúreos; mi duda y temor se intensificaban al imaginar a Francis tristemente descomponiéndose por el horror del que era víctima. Mi suspenso se acrecentaba pues aún continuaba a la espera de la llamada de mis amigos; pues era necesario vigilarlo. Honestamente yo lo internaría en un hospital, pues era claro que el sutil balance químico de su cerebro se había alterado más allá de reparación intrínseca; esto claro ignorando sus misteriosas úlceras negras. En este punto el dolor empezó a lentamente recorrer mi alma hasta cubrirla por completo en un oscuro abismo. Mi corazón tiritaba igual que mis manos sosteniendo la lumbrera naranja en medio de las sombras de un nublado anochecer. Mis ojos húmedos y mi piel hirviente delataban el fuego de mis emociones, ese calor que lentamente se acumulaba en lo profundo de mi ser. Finalmente caigo víctima ante la letal emoción y cedo al más salvaje de mis instintos. Mientras mis ojos hacen llover sobre el piso del apartamento, recorro todos sus confines reuniendo las flores que me dió Francis, no dejé suelta ni una sola, el pequeño cuaderno negro donde guardaba nota de todos mis procesos finalmente es colocado en la metálica oya junto a todo lo demás. Alcohol y acetona son derramados sobre ambos pues no tengo con qué más catalizar este proceso. En este momento maldigo el instante en que fallé en encontrar el medio adecuado para deshacerme de estos implementos, mientras cubro el encendedor con una liga para impedir que el flujo del gas inflamable se detenga. Detonó la flama y dejo caer la pequeña bomba de tiempo mientras doy un paso atrás. El humo forma densas columnas de grises tonos y vetas sutiles que obstruyen la vista. Finalmente suspiró con alivio pues el mal ha sido finalmente desechado, por fin he logrado purgar mi vida de este peligro latente en el que yo mismo he sido tan insolente de ponerme.


El dulce aroma que proviene del incendio colma el aire con una fragancia casi sagrada. Maldita sea, no puede ser. En este punto era más que claro para mí que los alcaloides estaban entrando en mi cuerpo por medio de este tranquilo humo. El ambiente se calentaba mientras la luz caía y el fuego se avivaba. Un extraño trance me conducía a ser atrapado por el fuego, sentía su calor manar de mi piel y su luz escaparse por mis ojos. El plácido y nebuloso trance había sido instaurado sobre mi mente y a continuación el sueño intentaba apoderarse de mi conciencia. Me resistía, quería dejar todo esto atrás pero en este punto ya no era posible; era tan solo una víctima más de las ignotas flores denigrantes que habían sido introducidas en mi vida. Ya nada tenía remedio, intenté arrastrarme a la cocina para abrir la ventana, intenté con esmero despejar el área y poder librar este lugar del sagrado humo voraz que me consumía. Finalmente el sueño de Morfeo vence, mis manos y piernas pierden su tono mientras respiro con mi pecho contra el piso frío. Mis ojos lentamente se cierran, escucho algo; parece música.


Repentinamente estoy en una habitación oscura donde una misteriosa música suena. No logro identificar los instrumentos pero asemejan ser cantos y cuerdas, sonidos que nunca en mi vida había sido capaz de oír y que dudo que en la lúcida esfera puedan reproducirse. Los joviales cantos se dispersaron mientras inundaban el aire con esa misma fragancia dulce que dejaban de lado las exquisitas flores al arder. Aún entre sombras de ensueño las siluetas de un profundo bosque se dibujaban ante mis ojos, yo merodeaba sin sentido tanteando entre las sombras. Mientras más caminaba, más nítida se veía la imagen y pronto me encontraba en un claro y denso prado. De entre mis pies emergen tallos gruesos y rectos de los que protruyen las demenciales flores de las que tanto intenté huir. Ahora me encontraba a la merced de una entidad nefasta que lentamente comería los componentes de mi cerebro uno a uno hasta por fin dejarme como un vacío cascarón, incapaz de enfrentar los horrores a los que mi mente quedaría vulnerable.


Los cantos eran más fuertes que antes, aún más extraños y su eco resonaba en mis huesos hasta amenazar con romperlos. Finalmente decidí emprender mi camino a toda prisa hasta llegar a la ignota fuente de esa demencial voz. Me acercaba al centro del inmenso prado cuando noté que existían patrones yermos entre las plantaciones de espantosas flores; por un instante mi mente debió haberse fijado de más en ellos porque me pareció verlos cual si viera mi perspectiva desde el cielo. Entre el penduleo de las plantas ante el viento se asomaba una figura sentada meditando; era de él de quien los cantos provenían. Con pasos silentes y discretos me acerqué al ente mientras lo miraba con asombro recordando todo lo que he leído y tratando de mantener el control sobre mi propia mente. Lo recuerdo musitando extrañas frases cuyo significado no logro descifrar mientras sus manos se movían y ojos aparecían en sus palmas; de verdad era una vista exageradamente psicodélica.


El conocimiento que venía a mi como un exabrupto éxtasis me colmaba, me llenaba; perdía el control de mí mismo mientras semejante ente me iluminaba. Es difícil describir la manera en la que este intrincado ente cantaba mientras me veía con sus ojos azul fluorescente, yo intentaba desplegar las defensas de mi mente pero era imposible; los sellos se habían roto. En ese instante el patrón en la plantación comenzaba a cobrar sentido y veía los signos como serpiente de luz flotantes en el éter puro de donde estábamos. Los símbolos serán importantes para la formación de estructuras más poderosas para poder mantener mi mente protegida de entes externos, uno de ellos en particular sería no obstante, de increíble ayuda en mi momento de mayor necesidad.


Era en este momento en que finalmente comprendía que toda materia es música, cantos en frecuencias tan sutiles y complejas que las vibraciones se condensaron a luz, la luz a partículas y finalmente se ensamblan los complejos bloques que conformaban la vida que ahora era. Mi carne no era más que el eco de una canción distante que alguien más invoca con su flauta dimensional. Lentamente entendía que toda mente consciente en el espacio donde nos encontrábamos no era más que un pensamiento, una idea, una célula en la red neuronal dimensional de la supraconciencia de la que estas formas habitaban. Si el primer consumo era el que abría la puerta y me mostraba lo que yacía del otro lado, este me ayudaba a entender las abstractas visiones que acababa de tener, ahora los disparates de Francis comenzaban a tener sentido. Según las nebulosas visiones prohibidas, nuestro mundo era apenas el resultado de todas las mentes pensantes vibrando en una misma frecuencia, creando una simulación donde nuestros cerebros eran tan solo computadoras entrelazadas cuánticamente con ignotas entidades de composición insondable. Entonces la visión que tuve donde la vida no era más que una esencia emergiendo por gemación de una entidad central era corroborada de esta manera. Las diminutas estrellas eran ocasionalmente devoradas por la gran entidad central conforme esta crecía, luego como la marea del mar; se volvía más pequeña secretando en pulsos nuevas esferas luminosas que se instauraron en los estratos más lejanos de la entidad. Todo era un ciclo.


En anómalas formas ví la luz consumir a las más pequeñas una y otra vez hasta que me dí cuenta de lo sádico y enfermo que era este proceso. El que lo es todo, el que lo hizo todo, ahora se encuentra creando seres imperfectos que no son nada, gastando toda su pobre existencia en poder ascender y llegar a albergar al menos una pequeña pizca de lo que este otro ente es en plenitud. Todo esto para que el grande se coma al pequeño, me preguntaba en este punto si un ente todopoderoso podría romper el ciclo y poder continuar existiendo o tan solo era un sádico que definía su identidad en torno a la carencia de facultades de los demás seres a su alrededor. Entonces como negros flagelos de los alrededores del espacio adimensional en el que estaba inmerso, una fuerza exterior comenzó a devorar a algunas esferas de luz, dejando otras completamente negras pero fulgurantes, que a su vez consumían otras esferas de luz y crecían. Fue en este punto en que escuché una voz muy familiar que al principio confundí con el abismo.


“La vida es una enfermedad que sólo se origina para propagarse a sí misma, un accidente en el caldo de cultivo sempiterno de ciertos astros elegidos; un acto, en sí mismo, antinatural puesto que el sistema al evolucionar en vida, pierde entropía. La vida inteligente por otro lado, es obvio que a lo mucho es una broma enferma jugada por este inmisericorde bastardo que en el centro observamos; la apoteosis de la autotrofía, el ser que crea su propio alimento. Se nutre de las vibraciones que emiten cada uno de ustedes, cada pensamiento, cada emoción, cada palabra dicha, no es más que un proceso con la finalidad de nutrirlo hasta que no quede nada de ustedes. Todo lo que hacen en su vida no es más que figuras en la arena que la marea se lleva, nada más una chispa de caos en un sistema que lentamente órbita hacia la destrucción, tan efímeros, que tan solo logran en su total vida de comprender que tan insignificante son; he ahí su mayor logro.”


Intenté pedirle a la entidad que revelara su nombre, no podía hablar.


“Estos negros flagelos que miras, son los apéndices que llegan a tu mente, te prueban en el atroz circo en el que ya estuviste inmerso; hasta el punto de quiebre que ya traspasaste. Aquellos que sobreviven sin destruirse en el proceso, son embestidos de capacidades malditas; de la anomalía espantosa que involucra la libertad. Imagino que tu siguiente paso es luchar por ser libre; esto, si no te consumen las flores antes que este momento llegue.”


Ya no estaba en el espacio adimensional, me encontraba de nuevo en el prado y la figura que meditaba no era un hombre. Sus cabellos flotando con el viento eran tentáculos negros y gruesos que se extendían por cientos de metros. Aquello que aparentaba ser su cuerpo, sus ropas, eran pliegos de pétalos gigantes, alas y ojos por todo lado. Su cuerpo era tan anómalo que tan solo pude retener leves esbozos, poseía tantos detalles que ni siquiera podía asimilarlos todos en una sola mirada. Me llamó por mi nombre, me dijo que lamentaba gravemente lo que había tenido que hacer, pero ahora carecía de elección. Aquel que no consume a otros en este universo, está condenado a convertirse en presa. Entonces no pude soportarlo más, sabía lo que estaba pasando. El signo luminoso advertía la verdad, tenía que tomar acción y rápido. Del aire una figura geométrica se materializó, comenzó a evolucionar en dimensión hasta convertirse en un cristal tridimensional justo frente a mí. Lo tomé sin dudarlo y lo blandí en contra de la anómala entidad.


“Cosechador, no pienso dejarte carcomer mi mente.”Le dije.


“Tonto, arriesgas perderla de una vez por todas a dejarme gozar de ella por un breve instante más.”Me respondió.


“Prefiero convertirme en depredador a morir siendo utilizado.”


“Me gusta tu voluntad, la nefasta entidad que te envió esos sellos eligió bien, pero ningún dios te puede salvar de lo que soy.”


“Creo que no quería que me salvaran, más bien la idea parece ser que yo me salve a mí mismo.”


“Claramente, pero nada de eso importa ahora, sientate, relajate, haré que esto sea rápido.”


“Pareces atreverte a mucho para ser un invitado, un parásito ni más ni menos.”


“Hasta donde yo se, aquí el único parásito que cree que se nutre de los demás está aquí enfrente mío.”


“Yo no he buscado nutrirme de nadie, esto fue un accidente.”


“Para ser un accidente, no veo la menor señal de arrepentimiento en tu rostro.”


“No lo tengo en mi corazón. No tengo deseos de arrepentirme cuando lo que ha ocurrido es culpa de otra persona; no me arrepiento de nada si alguien se destruye tendiendo una trampa.”


Negros tentáculos emergen del suelo mientras los tallos florales mutaban y se transforman en verdes lianas que intentaban capturarme. En ese momento lo único que pude hacer fue emprender la huída y esquivar los oscuros flagelos de su cabeza. Con el extraño sable de cristal me abrí paso por todos los confines de este siniestro prado, con cada corte el paraje se despejaba un poco y me permite más movilidad. Finalmente noté que esquivarlo no era una opción más, iba a tener que enfrentarlo.


“Así no vas a llegar a nada, no sos capaz de derrotarme, entrega tu mente con paz; ríndete al vacío.”


“No”


Así susurre mientras procedí de frente a atacar. Con un leve contacto con la yema de sus dedos, los negros cristales de obsidiana estallaron en mil pedazos. El agudo chirrido que se produjo ante la explosión de mis armas me dejó completamente aturdido; era inaudita la facilidad con la que me dejó desarmado a pesar de mi exhaustiva lectura de los grimorios prohibidos. Esas raras obras donde vienen las humanas menciones de Hastur y Cthulhu; mal llamados con asquerosos nombres de lengua tan inferior a la verdadera belleza que tales entidades encerraban, como Cernunnos o Tiamat. Entonces dispersando fuerzas de proyecciones menores, mis constructos mentales se alzaron en protección de mi subconsciente. Entre centuriones romanos y agentes de operaciones especiales, entre el retumbar de las balas contra su carne y la atroz mutilación de la carne por parte del gladius. Yo emprendía la huida para intentar comprar tiempo mientras a mis espaldas escuchaba cada una de mis etéreas proyecciones sufrir una letal herida en su imagen onírica y su carne precipitarse en el piso en gruesos pedazos irreconocibles. Los vi por un momento caer unos en medio de una fuente propulsiva de sangre escarlata. Por mucho tiempo corrí, pero era inútil. En lo profundo de mi mente yo comprendía que me encontraba en presencia de una entidad que no se circunscribe dentro de los límites patéticos de una mente o una carne humana. En ese momento sentí un duro golpe en mi hueso occipital.


Dentro de la misteriosa cosmogonía adimensional, en que cada mente era el miserable alimento de subsistencia de una agonizante y castrada deidad que ideaba misteriosos dolores para seres incapaces de defenderse. Deidad coprófaga que se dedicaba a lamer de la asquerosidad de sus restos para volver a purgar su cuerpo en pulsos repulsivos que contrastaba al máximo con la inconmensurable belleza y suprema estética cósmica que era percibida por mis ojos. Ante la abrumadora visión de semejante ciclo perfecto, un negro flagelo volvía a asomar su alcance entre las luminosas esferas que devoraba la incandescente suprainteligencia central.


Los negros flagelos infectaron con su penetración las esferas que pulsaban fervientemente en el cielo. Con cada esfera que era infectada por los flagelos su color, consistencia estelar y frecuencia pulsátil eran mutadas de manera nada sutil en cuyo caso ocurrían solamente dos posibles consecuencias. Ante la abominable infección algunas estrellas misteriosas eran transformadas irremediablemente en una cancerosa metástasis, una copia bastarda y defectuosa de la original. Por otro lado, existían dentro de esta vasta pradera cósmica, algunas excepcionales estrellas que palpitaban de manera vigorosa después de la infección. Sus pulsos eran tan fuertes que algunas de sus llamaradas cósmicas se solidifican a tal punto de alcanzar la dimensión y consistencia de un negro flagelo abismal. Ante la anómala tendencia el color de la estrella iba cambiando también, a tonalidades tan extrañas que algunas contenían matices de colores que mis ojos no habían visto jamás. Con el estiramiento de esas apéndices la estrella infectada se tornaba de los colores de aquellas que terminaban por fallecer; tan solo momentos antes de que su fatídico destino se cumpliera. Veía el insondable abismo extenderse como un cáncer por las regiones galácticas de las estrellas, los jardines deliciosos donde nacían los mundos. Finalmente el extraño y anómalo ente se engrandece a tal magnitud que rivalizaba en tamaño a la otra castrada deidad. Los atroces duelos eran extendidos más allá de los tiempos y espacios hasta un cuarto plano exento del mismo tiempo; o más bien, donde un instante en el tiempo era no más que un punto donde estar. El más hermoso y significativo momento de tu vida, reducido no más que a una miserable mancha de concreto en calles ciclópeas adoquinadas con siglos. Magnánima tal lucha es mientras los seres contienden hasta el final. Sin embargo en medio del calor de tal batalla que yo orbitaba en todo momento y lugar, mis ojos se desviaron por un momento del oscuro ente negro. La preciosa deidad autótrofa me absorta con su milagrosa belleza, tal ente no debe ser jamás olvidado pues su belleza alegró mi alma como nada lo hizo jamás. En ese momento vi sus tentaculares apéndices envolverme y empezar a llevarme a su membrana, donde sería endocitado y devorado. El ente tan bello ocultaba letales intenciones, pero justo cuando mis labios se rozaban contra su membrana, cuando sentía entre mis dedos la ignota consistencia de su citoplasma estelar; la infinita negrura me consumió de un mordisco, hiriendo de paso profundamente a la blanca entidad sin gónadas.


A Continuación lo único que mis ojos alcanzaban a ver era un negro abismo eterno y un húmedo suelo sólido, era obvia la imposibilidad de mis pies percibir de semejante manera el extraño universo donde me encontraba. En este momento asumí que a falta de capacidad de mi cerebro para reconocer tales estímulos, mucho de lo que percibía era ilusión o al menos habría otra dimensión de experiencias que mi mente no asimilaba, pues no fue diseñada para tal cosa. Mis ojos divisaban un rostro que se movía con sutiles vibraciones, la cara de un hombre comenzaba a dibujarse desde etéreas siluetas de humo en la eterna negrura. De pronto un hombre igualito a mi persona, vestido con caros ropajes de fina calidad se dibujó a partir de más vetas de humo.


“Que interesante, has estado usando el místico trance en que te puso mi acólito para aprender más y encontrar su debilidad. Estás en medio de la devastación absoluta de tu patética y miserable mente, pero aún te yergues férreo para intentar, hasta lo último, defenderse de la infinita locura y horror que se alistan a consumir tu pequeña alma. Dime, no entiendes a caso que tu vida no significa nada en absoluto? Por qué insistes en continuar en pie aún si lo único que subsiste es tu desesperado esbozo de intento por defender tu mente? Podrías convertirte en un pulso primordial, un prión, una infecciosa y bastarda imitación de vida con tal de mantener tu ilusoria existencia; de verdad te niegas a sucumbir ante aquellos que están intentando devorar tu mente. Claro son inútiles sus intentos, pero de tener la fuerza necesaria para enfrentarte a cósmicas y divinas criaturas transdimensionales; lo harías sin siquiera titubear. Me gusta esa actitud, quiero ver más de eso. En verdad que es un hermoso espectáculo. Tanto esmero en tu oficio, tanto amor por tu propia existencia, tanta tenacidad; de verdad es hermoso tu desempeño. Es arte de la más fina calidad.”


“No queda mucho en mí o sí? En unos instantes de todas formas nada importara y tus palabras habrán sido dichas a nadie.”


“Ahora si te rendiste? Lástima, que desperdicio.”


“Jamás! Yo no soy capaz de rendirme, no bajaré la cabeza ante la inevitabilidad. Aunque lo único que quede de mí oportunidad para salir victorioso sea más pequeño e insignificante que las heces de un tardígrado; lo mínimo que puedo hacer como ser humano es ejercer la poca e insignificante voluntad que tengo.”


“Tales desesperanzados delirios filosóficos no te agobian?”


“No, entiendo que el decaer de mí mismo y del universo en sí es parte del inevitable ciclo natural”


“Y si te digo que yo no quiero eso?”


“No te creería, sé que esta vulgaridad que se yergue ante mí es la encarnación del negro y abismal virus que infecta las vidas pensantes.”


“Sí, está bien. No necesito mentir y negar quien soy. No intento mentirte, de hecho mi original intento es evitar que este descarado ente continúe nutriéndose de nuestro masivo sufrimiento.”


En ese momento la innombrable entidad me reveló que provenía de un instante antes que el tiempo fuera tiempo en mi mundo. Cuando la pulsatil entidad vivía aislada en su primigenia etapa, cuando sus primordiales obras para consumir eran proyecciones grandes y poderosas, impregnadas incontrolablemente por su propio poder. Ahí él 


verdad y recibió conciencia ante la ignota amenaza que este sádico depredador representaba. Con sus pulsos motiles se logró apartar tanto de su órbita como le fue posible hasta el punto en que el insondable espacio lo hizo más fuerte. Recibió la bendición de dioses anómalos de estratos aún superiores a los suyos. Con ese poder los eones han pasado mientras se expande por el prado cósmico, comiendo algunas entidades y ungiendo otras con el poder para contagiar las esporas tentaculares de su agarre.


Normalmente este misterioso ente no se involucraba en el consumo de sus acólitos, pero mi persistencia por buscar la solución a este problema aún en los últimos momentos de mi existencia lo había impresionado. No solo eso, sino que veía en mí las características que él deseaba para otros propósitos.


“No eres comida para uno de mis acólitos. Tus propensiones se me hacen más útiles si te tengo de entre mis acólitos”


“Ocupó cómo salir entonces.”


“Ya lo hiciste, estás lúcido en este demenciante sueño, es más que sencillo despertarse.”


“No es sólo eso, las defensas que blandí para mantenerme en pie fueron fácilmente borradas”


“Para mí es muy sencillo darte el arma; mas no de mí depende utilizarla. Te puedo poner en el escenario y dar las líneas, te puedo asignar un papel en esta magnífica obra del caos; pero al final, dependerá de tí darme un espectáculo digno de mi atención.


Te daré por tanto el poder que busques, y en su momento mi llamado te llevará a realizar grandes obras. Te doy por tanto un solo mandamiento el cual obedecerás hasta que te hartes de existir: Haced tu voluntad.”


Luego de eso recuperé el sentido mientras la abominable entidad intentaba consumirme. En mis manos ahora se dibujaban extraños símbolos en pigmentos abismales, más negros que la negrura misma. De entre mis dedos se abría una grieta en el espacio que se solidifican a ser de nuevo uno de aquellos cristales de obsidiana, ahora con rojos matices que brillaban palidamente. Con las pocas fuerzas que me quedan blando la espada onírica y realizó una estocada producto más de mi horror y desesperación que de mi voluntad. Mientras brota sangre negra a borbotones, mi atacante empieza a tantear por todo lado hasta que colapsa en pastizal en mis sueños. Su negra sangre comienza a metastatizar por todas partes. Entonces noto que las flores de la locura han volvido a crecer, pero han sufrido dramáticos cambios que me dejan absorto. Mantenían sus colores pero ahora estaban cubierta de cristales rojos, piedras preciosas de oscuro bermellón que brillaban incandescente y vívidamente. Tomé una con mis dedos y la partí a la mitad. Cuando miré de sus entrañas brotaba una azulada gelatina primordial que incandescencia iluminando mi rostro.


Finalmente desperté todo empapado en sudor a las 3 de la mañana, mi corazón corriendo indomable con por los confines de mi caja torácica. Entre mis estrepitosos jadeos, notaba una de estas extrañas flores nuevas que ví en mi opiáceo sueño, la sujeté con mis dedos y la comi. Luego de esto volví a dormir, ignorante del horror que se cernía sobre mí.





IV


La vida es un suceso verdaderamente anómalo en este universo. Un sistema que se organiza contra toda tendencia cósmica, una sutil conspiración de efímeras reacciones que finalizan en acumular orden dentro de un sistema. La vida es la respuesta a una pregunta que nadie hizo, un innatural evento repentino que contradice en ciertos aspectos las verdades intrínsecas de este universo. Es entendible que se formulen ideas considerando la vida como una creación artificial y deliberada, por parte de un ente entrometido que deseaba, probablemente, un mecanismo que ungiera de entropía al universo de manera más eficiente a largo plazo. Aún si para realizar tal cosa debiera crear un poco de orden. La vida es una enfermedad en la faz de este cosmos cuyo único y verdadero fin es replicarse a sí misma. Virus que permanecen vivos por el capricho aleatorio de una entidad que, de paso con su alimentación, nos ha hallado un uso concomitante con el intrínseco impulso de nuestra reproducción y nuestra tendencia a bañar de caos cuanto sistema invadamos. Curiosamente a pesar de entender la futilidad en todos los ámbitos de nuestra patética vida, no deja de dolerme increíblemente cuando me percaté, hoy en la mañana, de los trágicos eventos que han tomado lugar.


Mi mañana comenzó sumamente extraña, siendo forzado a ser testigo de la devastación que pudo haber dejado un intruso voraz. Grandes charcos de sangre negra inundaban mi habitación y manchaba toda mi cama; ni las paredes fueron exentas de semejante desastre. Una de mis ventanas también estaba rota, con algunas manchas del negro y oscuro néctar en los filosos bordes. Tenía un ferviente deseo de llamar a las autoridades; pero mi instinto golpeaba en mi cabeza, sugiriendo pésimos augurios ante las sospechas que en los oficiales nacerían. Por tanto me resigné a tener que limpiar yo semejante escena y maldije por cuanto pude al estúpido ente que me dejó forzado a semejante trabajo. Antes que temblar por la inexplicable escena, antes que sentir el más primordial de los miedos al comparar el caos en mi habitación, con el letal peligro al que estuve expuesto en aquel sueño anómalo, infundado por el hipnótico vapor de la perdición de aquellas flores; lo que sentía era más un exacerbado desprecio contra el potencial causante de semejante incomodidad.


Fue un rato después de haber terminado de limpiar que una ominosa llamada me interrumpió la existencia. El teléfono sonaba sin cesar y su infernal ruido irrumpía en el silencio de mi morada hasta dejarlo extinto. Con sumo pesar me dirigí a atender el siniestro llamado, sin saber las oscuras noticias que me esperaban, para venir a mi vida siendo llevadas por la voz de uno de mis amigos.


“Algo le pasó a Francis. No entendemos por qué o cómo, pero al parecer se suicidó anoche. Tenías toda la razón, lo cuidamos tan bien como pudimos pero, a fin de cuentas, aún con la presencia de un tercero en su aparta; él encontró la oportunidad de poder acabar con su propia vida, dejando nuestros intentos por vigilarlo en la completa futilidad.”


Era inaudito, mi intención era poder ir a cuidarlo también, pero la combustión de las letales flores terminó por sumirme en un arcano sueño, del que no puede emerger sino hasta el final de la mañana. No tenía excusa, por cuanto la culpa ahora me corroía el alma, pero me pregunto en verdad si nuestro esfuerzo hubiera tenido un significativo impacto en Francis, o si tan solo hubiéramos conseguido postergar la inevitable conclusión a su vida.


Su familia estaba devastada. En la vela su madre no dejaba de abrazar el ataúd mientras lloraba copiosamente y rogaba por intercambiar lugares, sin duda ella hubiera preferido haber sido ella la fallecida. Su padre miraba silencioso sentado un poco distante a ella con sus ojos vidriosos y sus manos entrelazadas frente a su boca, se notaba que estaba siendo presa de un inconmensurable dolor; pero ahora necesitaba ser fuerte por ambos, pues su único hijo acababa de fallecer por su propia mano. Lo malo de la decisión de su padre era la inevitable falla de la presa emocional que acababa de construir; en algún momento esta fallaría y serían desastrosos los resultados, incluso, cabe la posibilidad de un intento por reencontrarse con su hijo. Yo no lograba lidiar con semejante dolor ante tal escena y repetidamente había salido del hogar para fumar o sencillamente para tomar aire.


Era una desdichada yuxtaposición el enfrentarme a semejante desgracia luego de tan plácido viaje al bosque. Ver a mis amigos ensamblados en un pequeño puñado; unos llorando y otros reconfortando, cuando hace tan poco tiempo estábamos todos cantando en torno al fuego llenos de alegría. En definitiva me daba la idea de qué tan sencillo es perder la vida y la inherente futilidad en todas las experiencias que valoramos.


Era una experiencia triste sin igual, sin embargo yo añoraba conocer más acerca de estos acontecimientos; jamás por el vulgar morbo, sino más bien movido por mi deseo de encontrarle el sentido a semejantes barbaridades. Tras un penoso proceso de indagación me percaté que Francis no nos dejaba ninguna nota, ni aún entre sus documentos virtuales, que indique sus razones o por lo menos una mísera despedida. Lo peor fue para mí el percatarme de la cruenta manera en que, al parecer, Francis había arrancado su propia vida de su carne. Este nefasto detalle aún me colma de espanto y de inconmensurable zozobra; pues la culpa jamás será lavada de mis manos y nadie jamás será capaz de comprender la semejante sensación que agobia mi alma por toda la eternidad.


En este punto yo he alcanzado esferas que pocos hombres han llegado a tocar, he visto poderes que una mente humana se fractura al contemplar y he gozado placeres innombrables que corrompieron hasta al más austero de los hombres. En prados cósmicos de secreta lejanía yo he caminado las calles de ciudades olvidadas donde se observan con claridad Aldebarán y las Hiadas; he viajado a tiempos distantes donde reinaron razas prohibidas, en ciudades de negros pilares de obsidiana que los dinosaurios contemplaban con envidia y total estupidez en sus primitivos cerebros. Le he cantado al negro abismo sempiterno y sentido su negro néctar de locura brindar a mi ser poder más allá del humano. Mas todo esto lo daría en trueque, con tal de poder olvidar el detalle que se me iba a compartir a continuación.


Sin claro conocimiento de la naturaleza y forma del objeto asesino, sin rastros ni huellas; ni la más ínfima señal de lucha; en el pecho de Francis se ostentaba una profunda hendidura por donde se asomaba su mutilado corazón. Con las costillas circundantes seccionadas como si fueran hechas de mantequilla blanda, con la herida gruesa y profunda cual si fuera causada por una antiquísima espada. Francis yacía en su cama en una posición nada cómoda con sus manos llenas de un negro y espeso líquido, que había comenzado a cuajar cuando fue hallado. Su pecho abierto era la fuente de traumas extremos para el amigo nuestro que lo encontró, más mi suerte no era distinta a la de él. En un sucedáneo recuerdo mientras escuchaba los relatos de entrevista sin fin por parte de la policía, mientras contemplaba la cruenta yuxtaposición entre vida y muerte; mi mente se abrió ante posibilidades innombrables y consideró como factibles hechos que en ninguna realidad debían ser verídicos. El fluido negro y viscoso, la letal estocada en el pecho producida con una ignota arma más filosa que la obsidiana y más maleable que el titanio. Su perpetuo gesto de horror y dolor, de duda y sorpresa con el que recibía la eternidad; me dan nauseas aún al recordar tales hechos y considerar semejante atrocidad como posible. Decidí no huir más de semejante concepto que adrede eludía, me permití contemplar la más atroz de las verdades y la insanta connotación de la misma. Ahora era imposible negar la suciedad de mi alma, la extensión metastásica del abismo por todo mi cuerpo y mente. La negrura depositada en mi cuarto, los cristales rotos, la trágica escena de muerte y descarnamiento. Yo maté a Francis en la más letal de las disputas ocurridas jamás en mis sueños. No puedo comprender qué clase de batalla onírica libré contra mi amigo, que era como un hermano. Tampoco se atreve mi mente a vislumbrar la atrocidad que se revolvía en el corazón de mi amigo, cual necrótico medio de cultivo, para la más atroz de las intenciones. Tan solo me atrevo a imaginar que clase de innombrables hechos se habrían desatado de haber sido yo el que perdiera semejante lucha. Pero en ningún momento su esencia me era comparable con la de mi amigo; pensaba entonces que se trataba del oscuro cosechador. En mi opinión ya no importa, en definitiva era Francis quien, con su sangre, había fertilizado las infernales flores demenciales y las había mutado en los caramelos exquisitos que ahora me llenaban de un poder inconmensurable. Pues conforme pasaban las horas y los días, mientras devoraba una a una las flores mutantes que nacían de ignotas fuentes, mi poder era mayor; mis sueños revelaban verdades prohibidas que otros hombres han matado por poseer. Mi mente se expandía como los negros flagelos de aquellas visiones.


En los oscuros cantos rituales, las visiones venían a mí. Místicas vistas de rituales y sacrificios de sangre, sexo y las prohibidas drogas que manchan la mente humana. Veía a través de la historia la verdad detrás de los cruentos derramamientos de sangre, las ocultas manos que trataban una guerra, cual si fuera sacrificio humano a dioses anteriores a la existencia del tiempo. Aliados y enemigos, todos apilados en la misma fosa común mientras se llenaban los fosos de cal, se cantaban poemas ignotos en idiomas prohibidos y se sellaba con sangre, en forma de signos misteriosos y círculos espiritistas, los negros campos de muerte. Ahora comprendía que el poder que unos pocos buscaban y por el que sacrificaron millones, estaba en mis manos y crecía día con día. Mi alma se ennegrecía ante la metamorfosis psicógena que sufría y mi cuerpo alcanzaba las formas que mi imaginación añoraba en viajes psicodélicos alimentados por las deliciosas flores de la agonía.





5. Simbiosis


I


Era innatural, pero aún así ante mi inminente transformación pesaba el calculador deseo científico. Mi intención era poder llegar a explicar, por lo menos parcialmente, las causas tangibles de semejante proceso del que era víctima. Puesto que era sencillamente muy fácil deducir que me encontraba bajo un maníaco trance psicótico, en su primer momento intenté detener los desvaríos de mi mente por medio de las medicaciones humanas. Intenté conseguir ayuda, pensaba que estaba enfermo. Sin embargo en este monte donde yazco plácidamente, mientras mis dedos juguetean con el zacate, recuerdo el rotundo fracaso de intentar curar mi iluminación como si fuera una patología de mi cerebro primitivo. Entonces mientras la lectura de tomos prohibidos se entrelazan con mi lectura estudiantil, una extraña idea ocurrió en mi cabeza y brotó como una nueva flor en el campo sempiterno de mi imaginación.


Leía de crisis agobiantes en la historia de las psiquiatría, donde el consumo involuntario de hongos misteriosos llevó a la ejecución de inocentes mujeres por el primitivo miedo a Lucifer. Entendía de prohibidas técnicas rituales en que se llaman a espíritus primordiales mientras se comían negras ostias de insanto origen. Tales hostias no eran más que adormecedoras drogas que encendían la imaginación y hacían la mente volar por parajes incomparables de inefable composición. Yo mismo he tenido experiencia previa con tales agentes psicopómpicos y he atestiguado las verdades que revelan; aunque su fuerza dista mucho de alcanzar la de las dulces flores de la agonía que consumía ahora. Entendía que debía comenzar por dilucidar la naturaleza extraña de estas misteriosas y esotéricas flores de las que mi paladar gozaba constantemente.


De este modo nació en mí la idea de corroborar con estudiantes de biología, especialistas en botánica y demás personal científico, que gozará de las capacidades y el acceso a las técnicas para dilucidar la identidad de la misteriosa ostia transmembranal que comía. Uno de los profesores de biología de la Universidad de Costa Rica había tomado particular interés en el pequeño botón floral que le brindé, y accedió a analizarlo con todo y las advertencias de no consumirlo, pues desconocía su capacidad tóxica. Vaya pretexto, era tan falso pero igual tenía deseos que lo acatara; nadie se enorgullece de la necesidad de tener que quitar una vida, pero lo haría de ser necesario para mantener mi secreto.


Las semanas pasaron y mi poder fervientemente crecía, mi lectura llegó a ser tan minuciosa y mis capacidades tan innaturales; que logré depositar mis ojos en antiguos rollos de conocimiento prohibido. Obras cuya atroz verdad oculta no debe ser vislumbrada jamás por los ojos de los mortales y cuyo nombre no seré tan insensato de incluir en esta obra.


Comenzaba a percibir los apéndices innombrables de una deforme criatura, durante mis sueños los veía negros y purpúreos, viscosos y mutantes. Podía verlos serpentar bajo un cielo nocturno, luego los veía crecer y multiplicarse para emitir ventosas similares a globos oculares. No obstante nunca pude comprender la naturaleza de la criatura de la que brotaban tan obscenos entes; pues volvía a la vigilia tan pronto esto ocurría. Estas visiones no duraban mucho y nunca podía observar la naturaleza de estas criaturas; pero al despertar el sonido de mandíbulas cerrándose y garras cortando era constante. En momentos en que la atención se iba de mí, durante el día, escuchaba los guturales cantos de un monstruoso animal que respiraba al mismo ritmo mío. Comenzaban a ser tan constantes que no me permitían parpadear con calma por temor a volver a escuchar semejantes atrocidades.


En aquel tiempo también continuó la investigación de la muerte de Francis, la versión oficial cambiando constantemente conforme la investigación continuaba. La verdad es que nunca dejaron ir el cuerpo y la familia en desesperación realizó las respectivas ceremonias sin él. Las teorías cambian constantemente y era sospechable que jamás lograrían entender la verdad detrás de su muerte. No los culpo la verdad, es simplemente que los hechos no tienen sentido para aquel que goce aún de su integra cordura.


Con el pasar de los días la culpa dejó de importar, mi aventura en busca del poder era demasiado gratificante para mantenerme bajo la influencia de estas mundanas emociones. Observaba en sueños ahora bocas y ojos atroces como los de mi primer sueño, los gritos distantes de una persona los añoraba como una sinfonía exquisita; el ahogado canto del dolor. Los sueños eran constantes y hasta interrumpir aquellos otros que me colmaban de éxtasis y alegría. Por las mañanas era normal que me despertara con la boca colmada de un sabor dulce y ferroso, suponía que en sueños me estaba comiendo mis flores. Durante el día sentía el movimiento de misteriosos brazos mientras me encontraba en situaciones de intimidad; podía imaginar que besaba con múltiples bocas en los confines más secretos del cuerpo de mi compañera. Mis dedos se sentían por momento engrosados a dimensiones antinaturales y sus movimientos dislocados, brindan sensaciones que consumían la cordura de mi pareja. Mi lengua por momentos se sentía afilada, como un bisturí que disecciona la carne por su cuenta hasta encontrar los nervios encargados del sublime placer y los estimulaba directamente con eléctricos disparos; para luego cerrar la carne y prepararse para la siguiente lamida. Todo esto varía de comparación con el inconmensurable placer y la anómala deformación que percibía en mi falo. La verdad es que estas ideas eran una forma interesante de idealizar mi sexualidad y, hasta cierto punto, bastante apropiada. Lo preocupante comenzó cuando mi pareja me advirtió de manera muy detallada como ella percibía mi cuerpo de la misma escabrosa pero placentera manera. Lentamente la sentía enviciada a los suculentos placeres de nuestros cuerpos entrelazados.


En lecturas prohibidas de los manuscritos antiguos que ni aún los más locos habían alcanzado a recitar en sueños espantosos, descubrí misteriosas descripciones de proyecciones mentales que lentamente se cristalizaron en este compartimento de la membrana. No solo ocurría con partes corporales o un misterioso clon etéreo, como pasaba con algunos místicos con bilocación; sino que muchas veces en tomos como los Pnakóticos, se describe la invocación de armas mágicas y hasta innombrables tentáculos emergiendo del usuario. Es curioso porque en otros libros como en el perverso evangelio del Nefilim Negro, se especifica el método para torcer la carne a la blasfemia voluntad de cualquier ente con el capricho de invocar al abismo. Estos y otros detalles fui aprendiendo mientras leía en sueños, permitiendo a mi cuerpo ser abandonado por mi alma y acumulando tomos prohibidos inaccesibles por un ser físico.


En esos meses el profesor que prometió colaborar conmigo me evadió, así que torpemente imaginé que no fue capaz de catalogar la muestra que le doné. A pesar de esto, la curiosidad rumiaba constantemente en mi cabeza la idea de visitarlo; digo, en el peor de los casos no me daría ningún resultado y yo sabría si me mentía. De hecho fue así como permití a mi intuición comandar y decirme en qué día y a qué hora visitarlo.


El cuadro que presentaba era ominoso, pero escabrosamente familiar. Desde los días que lo ví lo notaba más pálido, flaco; sus ojos enterrados en lo profundo de sus cuencas y un hablar pausado y cansado como el de aquel que odió vivir. Le pregunté qué le pasaba y no supo contestar. Le pregunté por las flores y tampoco pudo contestar. Sospechosamente pospuso nuestro encuentro, hasta un día en que se sintiera mejor. Pobre del tonto que acepte su engaño, yo conozco bien el sobrenatural cuadro clínico y sé que no hay mejora para el que ya está muerto y no lo sabe.


Mis intentos por perseguir fueron discretos, pero más constantes, en sueños lo acosé y busqué a través de prados sempiternos de bellas flores rojas. Seguí sus huellas por las dunas de desiertos sin sombras y entré a oscuros palacios de marfil olvidados por los eones. Mis paseos en las oníricas ciudades de su mente me llevaban por bosques eternos de infinito verde, donde las anómalas plantas crecían con ojos y flores cerebrales. De verdad que miraba la imaginación de un hombre que vio frustradas sus bellas ambiciones en el mundo real; deseos que para muchas personas, sería cosa muy buena olvidar. Lentamente lo veía recorrer a la distancia los montes negros alrededor de valles de verdes pastizales, luego observarme con su ojo inquisidor mientras lo seguía a la distancia por mercados birmanos y por bazares persas. Era hermoso, su mente era tan rica, me permitía visitar lugares que no he visto jamás, pero que son reales dentro de este universo. Sin duda este era un hombre culto, pero no era capaz de ocultarme secretos.


Una de las noches en que lo visité más allá de las membranas, lo ví cerca mío y me harté de la discreción. Le grité, rompí su paz y decidí consumir el néctar incoloro de su cerebro, mientras lo escuchaba rogar por un alto al horror. Luego de imágenes de tazas de café y postres finos, veía equipo de secuenciación y el delicado lente de un inquisidor taxonómico. Las palabras “nueva especie” se encontraban marcadas en lapicero rojo en un papel de notas que no eran legibles. Las imágenes de hifas negras creciendo en una gelatina clara invaden mi mente. Veía los códigos de nucleótidos y las formaciones de paredes quitinosas. Recordaba las úlceras de Francis y veía insectos invadidos por el Cordyceps que los posee como un demonio voraz. En cultivos de líquido cefalorraquídeo de animales diminutos, veía pequeñas partículas y moradas que fluorescen ante la oscuridad de la carne de las pobres ratas. Siete ratas de laboratorio infectadas con el ente de las cuales solo una sobrevivía, la que luego procedió a comerse a las demás. Un estudio censurado por el comité de ética, por un doctor que venía de la impía tierra de Thule. Tanto dinero desperdiciado y a este pobre tonto lo censuraron por meterse con las flores de la locura; ha de ser un colega limpiando mis rastros. 


Lo cierto es que en ese momento comprendí que las misteriosas flores eran no más que un hongo que mimetizan a las plantas en morfología. Gemaciones de la supraconciencia fúngica que era el avatar del abismo en este plano dimensional. Luego de eso desperté.


MI mente estaba corrompida ya con las revelaciones de viajes pasados pero de todas formas nada me preparaba para el espanto que hora contemplaba.


En medio de mi despertar veía el cuello de aquel profesor universitario, que en sueños sufría y lloraba intensamente. Alrededor mío veía negras bestias con bocas mutantes y ojos de fluorescente azul, que abrían rasgaduras en el espacio-tiempo al vibrar y por ahí asomaban sus extraños apéndices. Luego, como los extraños sueños que había tenido vi mis manos mutadas en inmensas garras negras con dedos aracniformes, mientras sentía el serpentear de negros tentáculos como aquellos en mis sueños. Ahora lo entendía, esos flagelos diabólicos emergen de mi espalda, sus rojos ojos se asomaban entre grietas en mi carne. No entiendo en qué me he convertido. Con mis garras y flagelos mantenía al pobre catedrático atado. Lo dejé caer al suelo y solo pude ver mi rostro. Mis facciones habían mutado y tan solo una pequeña área circundante a mi ojo izquierdo conservaba su humanidad. Mi ojo derecho era una inmensa orbe púrpura con muchos menores ojos circundando su órbita, mi boca se abría en un indescifrable mar de probóscides y tentáculos, pinzas y tenazas que añoraban la carne y la sangre en la más blasfema parodia de la eucaristía. Mi cuerpo era cadavérico y con negro cuero en mi carne a manera de piel, más en todo lado se dibujaban prohibidas runas rojas y azules fluorescentes ojos. Una extraña palpitación movía dinámicamente gruesas espinas de queratina en mi cabeza; sin embargo todo era dinámico y cambiaba mi aspecto según mi voluntad. Tras examinar correctamente las asquerosas bestias que violaban los sueños de mi pobre víctima, notaba que eran execrencias de tubérculos y masas negras que crecían en la pared del cuarto donde me encontraba. Negras hifas envolvían el piso mientras néctares innombrables se vertían del techo para depositarse en charcos violáceos en la cama. El vínculo onírico se había roto y la única razón que sospechaba para haber sido capaz de entrometerme en la mente del profesor era si él hubiera consumido la flor que le dí. Maldita sea, este torpe pudo haber evitado su muerte y mi trascendencia a un ser exento de las patéticas limitaciones y concupiscencias de la humanidad. Gracias a él ahora gozaba de un poder anómalo y antinatural mientras él no era más que un bocadillo para entes transmembranales. En un alarido distante que luego se fue acercando escuché la ruidosa alarma de su hogar, que llevaba sonando varios minutos en el trasfondo de mi realización. Muchas sirenas de rojo y azul se veían por la ventana mientras pasos por toda la casa se oían en el primer piso. Asumiendo esta anómala forma decidí por ir a su encuentro con movimientos infra naturales y una de las cristalinas proyecciones que mi mente generaba. Los puntos en que mi mano tocaba las paredes se ennegrecen y calentaban hasta que uno de ellos se prendió en llamas. Mientras la segunda planta ardía y mis manos ahora sostenían los negros cristales de obsidiana, los incautos oficiales me encontraron del otro lado de un pasadizo. Con una velocidad que no comprendo me encontré frente a ellos, veía las balas emerger de sus cañones y avanzar por el vacío para nunca toparme, veía sus brazos y piernas salir volando ante el leve contacto de mis cristalinas navajas, mis probóscides consumir su sangre mientras en una orgía atroz mis tentáculos violaban sus cuerpos y sus mentes. El hedor a sangre inundaba el aire mientras mi éxtasis consumía los pocos rastros de alma que me quedaba. No descanse de profanar sus carnes y almas hasta que sentí la última gota de vida ser incorporada en mí.


Luego bajé por las escaleras mientras la casa ardía y ví un patético hombre salir corriendo fuera de la casa. Cuando atravesé la puerta, volví a asumir mi miserable forma humana y el pobre tonto estaba refugiado tras la puerta de su patrulla. Estiré mi mano y mis tentáculos se alinearon en torno a esta. Ví una inmensa colección de negros y pálidamente fluorescentes cristales ser invocados para luego lanzarse en torno al vehículo. Cuando penetraban el mismo, de las heridas en el metal metastatizaba un fluido negro y viscoso; hifas que carcomían el automóvil antes de hacerlo arder. Ví al oficial gritar de horror y dolor ante la calcinante sensación de mis proyectiles, mientras la helada negrura carcomía su piel. Me acerqué a él y cuando comenzaba a comermelo entero lo escuchaba exclamar “se siente bien, soy tan feliz”. Veía sus ojos nublarse con lágrimas y una bella sonrisa de alegría cubrir su rostro, luego dejó de ser al internalizarse dentro de mi carne. Moviendome con oscuras contorsiones y coordinaciones musculares imposibles para un ser humano, me alejé de la bulliciosa situación. Aún cuando los vecinos se paraban frente a mí, un estupor opiáceo los disuadió de gritar, a otros sencillamente la cordura escapaba de sus cerebros; de hecho vi a uno chocar su cabeza contra el pavimento hasta morir por solo verme. Sellando mi escape abrí una pequeña rasgadura en el espacio con cantos guturales prohibidos que el abismo susurró a mi oído. Luego de eso me encontré aquí, justo en este inmenso zacatal donde floto a 20cm del suelo, usando como máscara mi humanidad para no alterar a las pobres víctimas. 


Cada día veo con mayor claridad la misión que el bello abismo del que soy parte me encomienda; pronto comenzará la hecatombe del hombre y finalmente, en tablas de granito y ónice Su palabra será grabada. Tras las hermosas fiestas que satirizan los cultos a dioses menores, la gran losa de piedra, con Su símbolo grabado, conocerá el baño de sangre del que se dará gran festín. En medio de los más oscuros rituales, los más negros sacrificios, los mayores excesos sexuales y en medio de los cantos de mil gargantas seccionadas, sangrantes y supurantes; yo emergeré como uno de los nuevos dioses mayores. El ritual ha sido entregado a mí ya, el momento de mi Apoteosis se aproxima.

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