La Hermandad Negra
Hay sueños más reales que la vida.
Sueños cual lápiz que trazan los signos del destino.
Plumas que dibujan el contorno de la mente.
Sueños tan primordiales que se producen en
Las entrañas de la Luna, en instantes en
Que somos menos que un rumor.
Nadamos inmersos en mares de obsidiana,
Nuestra vida solo un pulso, un sueño, un pensamiento;
Un delirio efímero en la oscuridad.
Los tempestuosos mares negros del Abismo
Yacen sin olas, solo el llanto de quienes no son,
El jadeo de quienes ya fueron y oh son tan
Verdes los que no han sido.
Sea entonces el primer paso para trascender,
Pues entre las sombras se ocultan puertas de luz
Sean entonces los siete pasos igual que nacer.
¿ Más, quien habrá que te salve de la distocia?
La vida es un sueño entre los regazos del ánima,
Admira la infinidad de estrellas coronadas en su piel.
Camina sobre las aguas, haz con tu sueño tu capricho.
Susurra tu pedido y te darán la respuesta.
Toca otra estrella, y sabrás que hacer.
-Canto I, Verso XIII del Libro Negro-
Hay de aquellos insensatos que se atreven a musitar a mis espaldas. Torpes incrédulos que sospechan, con leves atisbos de verdad, que he firmado contratos con entes que moran taimados en planos exentos del tiempo y el espacio. Me he cansado de mentir y, aunque revelar secretos me pueda costar la hoguera, he decidido confirmar todos los rumores. Es hora de transmitir lo que he visto mientras en mi cuerpo aun mora la vida, por el tiempo que esto sea posible. De mi vida antes de escribir el Libro Negro recuerdo poco, es como un sueño lejano infundado por opios siniestros, una narrativa falsa de mi ego, un mecanismo de defensa para sobrellevar la existencia. Del país del que provengo es mejor que se recuerde poco, era una sociedad materialista cuya necesidad imperiosa de comprar y viajar fue su ruina. Yo me veré viejo ahora, pero mi alma no envejeció ni un día luego de la gran purga; por dentro sigo siendo un joven terco y desobediente. Fue esa mi perdición. Me he revelado contra aquello que babea y roe semiconsciente en medio del caos, el terco soñador que en su soberbia creo el universo; he pagado un altísimo precio por semejante transgresión. Por fin el día en que mis acreedores vienen a cobrar lo que les prometí se acerca; de haber sabido que estaba vendiendo la Tierra entera, me habría negado a sellar el pacto con mi sangre en esa siniestra noche de Wallpurgis, cuando las estrellas se alinearon y las membranas de la realidad se rasgaron al tono gutural de cánticos prohibidos.
Por muchísimo tiempo estuve bajo el hechizo de EL, y como un fantasma, acepte una cíclica condena sisifiana; un sacerdocio teñido de sombras en que le ofrecía el fruto de la locura a aquel que temblando fuera capaz de aceptarlo. El tiempo de romper el ciclo llego en su momento, y entonces, a mi lado se erguían doce discípulos que habían escuchado lo que EL tenia que decir en medio del bosque, cuando era yo quien usaba el manto de la noche. Doce personas habían escarbado en lo profundo de su mente, doce personas habían roto los siete sellos y liberado de sus cinco cadenas a aquello que pulula en el alma de todos. Aquel ente negro que yace tentacular dentro de todos, aquella anomalía que trasgrede toda la realidad y la acomoda a su capricho para traer a colación las peores pesadillas que la mente puede diseñar, esa sombra con la que yo camino por siempre musitando terrores en mis oídos por las noches. Ellos pactaron con esa sombra y lo que vieron los volvió absolutamente locos. Yo vi alzarse y caer mi séquito con los días. Nadie tuvo la fortaleza de ser tocado por EL y recibir su marca, pero si produjeron una obra magna de suntuosa oscuridad.
De sus dedos rotos y lastimados se produjo un libro negro escrito con sangre y forrado con piel humana, ambos elementos cosechados de el último de los santos negros, mi doceavo hermano. Su canto por cierto es el menos tranquilizador de todos los capítulos que componen el libro, una serie de cacofónicos gritos y alaridos siniestros que, al ser leídos en voz alta en torno a velas negras, rasga las membranas y suscita a los moradores del mar de obsidiana. Luego de lo que hice esa noche prohibida en Cola de Venado, esto es lo más cercano a hechizos siniestros que he visto, estas páginas están prohibidas incluso para aquellos que navegan en la demencial laguna de Hali.
El onceavo capitulo esta escrito en prosa. Es una serie de cuentos que incluso el más ingenuo podría confundir con ficción rara; pero aquel que ha leído y ha visto con sus ojos a los arcanos, mira con oprobio y miedo las letras rojas con las que está escrito. Son cuentos cortos, pero las sombras que transmiten se aferran a la mente como un virus, reescribe el evangelio sinaptico del cerebro y abre las puertas doradas hacia mundos jamas visitados. Trae a la mente, desde los mares de obsidiana del más allá, los secretos innombrables de los Arcontes que se han apiadado del hombre y por fin desean darle fin al sueño de Yaldabaoth. El décimo primer capitulo es, para aquel que es inculto, la puerta de entrada hacia la locura, la llave que despeja los veintisiete candados. Es Yog-Sothoth. Sus páginas contienen lo que ha ocurrido en este mundo producto de la más enloquecida imaginación, lo que ocurre mientras ese soñador psicótico se aisla y escribe mi vida, todo aquello que aún no es, lo que en la mente del creador palpita como embriones y esbozos de ideas. Es el más completo de los libros.
El décimo canto es principalmente filosófico. Entre sus exquisitos ensayos viene plasmada la ideología, la moral y la verdad con las que nos toca vivir ahora que hemos fumado los vapores siniestros que manan de la pipa de obsidiana. Un docto en filosofía miraría con franco desdén retahíla nihilista que en este libro se encierra, pero dudo mucho que sea capaz de debatir la verdad sencilla que transmite. Muchos que han leído esta parte del mágnum opus han optado por romper las ataduras que tienen con el mundo físico. Todos los cantos de mi evangelio vienen teñidos de sombras, pero ninguno ha proferido la muerte con tanta facilidad como lo ha hecho el Décimo Canto.
El noveno canto no está escrito. Son tan solo una serie de imágenes y diagramas que al ser observados con luz negra, al ser leídos entre candelas apagadas y bajo el efecto del opio siniestro de Nyarlatothep, la noche misma va a susurrar a los oídos de aquel incauto que tenga la desgracia de conocer el protocolo para hacer a sus oídos sangrar con los susurros de Nix. Además, estos símbolos secretos son los que se deben grabar en paredes, piso y carne de aquellos que quieran conjurar a las fuerzas arquetípicas con las que mi hermandad ha pactado. No puedo plasmar por escrito el horror que encierran estos símbolos, pero le puedo dejar la tarea al que desee verlos por si mismo sin consultar al tomo, que diga el verdadero nombre de la Madre Negra siete veces antes de dormir dejando una copa con cenizas diluidas en agua al lado de su cama; a media noche le aseguro que despertara viendo como de las paredes brota la mano del escriba insanto y los anote con sus dedos sobre el techo como brazas doradas. No obstante, no recomiendo esta tarea a aquel que alquile, pues una vez grabados, los símbolos no se borraran ni habrá pintura capaz de cubrirlos. Serán entonces cicatrices doradas escritas en la pared hasta que la piedra se desintegre.
El octavo de nuestros hermanos un día logro abrir la puerta que esta cerrada con ciento once candados; la ranura virtual que existe entre el tiempo y el espacio. Por ciento veintisiete días el vago por los confines del abismo, caminando sobre sus aguas mansas y alimentándose de los frutos que la Gran Madre hacia llover sobre él. Cuando volvió estaba empapado y frio, había perdido el habla y la vista. Jadeando y retorciéndose logro tomar con sus dedos rotos un pedazo de papel y un carbón; por cuarenta días el se encerró a dibujar. Las hojas que el tiño de carbón traían grabadas la anatomía del horror. Un millar de malditas criaturas venían dibujadas y una disección minuciosa daba la impresión que la fauna y flora que habita en los confines fuera del tiempo era tan terrible que le hizo arrancarse los ojos desde el inicio de su viaje. Nuevos ojos habían brotado de todo su cuerpo, ojos que contemplaban más allá del tiempo, el espacio, ojos celestes que crecían como bulbos de su cuerpo y lloraban sangre purpura cuando intentaba describir los eventos que acontecieron en ese lugar de noche eterna. Murió al completar la última página de su aporte, un detallado dibujo de una mujer sentada en un trono de marfil, rodeada de el infinito mar negro. Voluptuosa, hermosa, amamantando con su seno a un niño cubierto de ojos con el sol como una corona de espinas. Una representación estéticamente hermosa, si debo aprovechar la oportunidad para describirla, pero con un rostro tan terrible y abominable que al admirarlo, fue necesario lavar nuestros ojos con tierra para evitar que estallaran dentro de sus cuencas.
Ultharak Nicrenz Akrantz
Estas son las palabras que musito a mis oídos el séptimo de los hermanos antes de ser quemado vivo en la plaza de la ciudad en que nos ocultábamos. Nunca organizados en un monasterio, nunca juntos salvo en los días consagrados para los rituales que ponen los pelos de punta a los dioses del hombre. Esas tres palabras son la completud de su evangelio. Al decirlas en voz alta a media noche cuando la luna se tiñe de sangre, de la tierra brota palabra por palabra la verdad dicha como un eco desde un agujero que llega hasta los confines malditos del planeta. Cada eco que se escucha narra en un idioma olvidado por el hombre la historia de la humanidad que se ha censurado para evitar el colapso de todos nuestros dogmas. Lo cierto es que la tierra, los arboles, las aves y las demás bestias rememoran nuestra biografía como especie incluso mejor que nosotros. Yo mismo suscite las sombras con estas tres palabras y lo que me dijo me hizo desear no haber hecho nada. Cuando conocí el pecado que cometimos para ser encapsulados en esta prisión de carne, cuando escuche con lágrimas en los ojos la apostasía siniestra que realizamos en el momento en que la humanidad aún no era humanidad, tuve que huir y limpiarme con el silicio doscientas setenta y nueve veces. Jamas pude transcribir lo que la tierra me dijo esa noche, pero aquel que desee adquirir el conocimiento que me dejo la espalda hecha una llaga perpetua, es bienvenido. Por cierto, la poesía que tiñe la Luna con sangre es la quincuagésima línea de esta narración dicha en el idioma de los Arcontes.
Nuestro sexto hermano siempre observo con detalle las estrellas. Conocía sus caminos, su fisiología, escuchaba los cantos que proferían entre el insondable vacío y todo esto mucho antes de ser acogido bajo la tutela de EL. Cuando al igual que Copernico, vio a través del velo con ayuda de los frutos azules de Yuggoth, tuvo la oportunidad de caminar entre las estrellas y hablar de frente con ellas. Su libro esta lleno de los secretos que unos pocos de esos gigantes de plasma y fuego se atrevieron a decirle cuando se sumió en un trance acostado con un dibujo abominable trazado con tiza en el piso. Tras su despertar, volvió completamente loco, narrando nos de un gigante titánico que se oculta en el vacío del espacio donde ni las estrellas se atreven a brillar. Mencionaba como los tentáculos del gran devorador lentamente se arrastran por el cosmos, hasta englobarlo todo. El avatar de Yaldabaoth venia a devorarlo todo, pues hasta aquellos que sueñan por largo tiempo, saben que deben despertar. La sociedad que conforman las estrellas, los entes que flotan entre los mundos nadando entre el vacío, los planetas conscientes que moran fuera del alcance de la via lactea, las palabras que suscitan el inicio y el verbo que invoca el fin del universo; todo esto y más viene narrado en el sexto canto.
Cada punta del pentagrama es una punta en el cuerpo humano, los mandalas negros no son más que una representación del cuerpo y por tanto de la mente. Al quinto de mis hermanos le llamaba la atención la conflagración de carne y espíritu que componen al hombre. Antes de su bautizo con las flores de EL, sanaba a los enfermos con el dogma que muy pocos son capaces de tolerar. Luego de comer del fruto y cometer el primer verdadero pecado, el quinto de los santos negros dedico el resto de su vida a analizar la farmacología de la droga transdimencional que EL le proporciono, comprendió los recovecos fisiológicos que produce en el cuerpo del hombre y así pudo realizar siniestros experimentos encerrado en un ciclo perpetuo. Las notas de sus experimentos, las cirugías anómalas que se vio obligado a practicar cuando aquellos que estudiaban aceptaban un pacto siniestro y los protocolos del sol negro que permiten a la mente mutar más allá de las siete dimensiones; todo esto viene escrito en el quinto de los trece cantos siniestros de nuestro libro.
El cuarto capitulo que produjo mi hermandad negra es el más oscuro para aquellos que se hayan hecho llamar alguna vez cristianos. Tras una lectura exhaustiva de los rollos del mar muerto, tras un análisis por medios siniestros de aquello que llaman nuevo testamento; el cuarto santo negro trajo un fajo de páginas escritas con sangre con las letras invertidas como bien lo habría hecho Da Vinci. En estas páginas se esconde la más terrible verdad sobre el pasado, la vida, la obra y la caída que aquellos ciegos llaman Dios. La mascara de aquel carpintero se ha caído y nos ha dejado ver, gracias a los frutos negros, la verdadera naturaleza de su existir; así como si verdadero propósito en esta tierra. Mi sorpresa fue grande al percatarme que toda mi vida tratando de rebelarme contra ese lastimero salvador y tan solo termine siguiendo el sendero delgado como el filo de un cuchillo que el mismo trazo para nosotros. Maldita sea la persona que lea este canto siniestro y aun pueda ver al rostro de un cristo sin ver las sombras pululando desde las esquinas de sus ojos.
El tercero de los cantos es eso, un cántico. La sinfonía cacofónica escrita y compuesta por el que fue el más grande musico de su nación, que luego de entonar con su gutural voz la última de las notas, cayo sin vida tendido en el piso con la boca negra y los ojos supurantes. Es su obra magna nuestro himno, son sus partituras nuestros cánticos y jamas deben ser entonados en días que no sean los consagrados. Si se explora con detenimiento por aquel que es docto, notara que vienen estipulados a la ligera fragmentos de las tonadas que finalizan el mundo. Es este terrible sinfonía aquello que los incautos conocen como El Canto del Nephilim. Para el máximo de mi congoja confieso por este medio que yo permití su producción como un álbum musical y lo solté al mundo. Esta fue de las más grandes de las iniquidades. Cultos anómalos se han alzado en torno a esta sinfonía negra y los que la escuchan de cierto les digo que han encontrado un destino mucho peor que la muerte.
El segundo de mis hermanos murió en un periodo de tiempo anterior al que nació. Él había comprendido que el tiempo es no más que un circulo plano donde todo lo que es fluctúa en el infinito ocupando cada lugar que podría ocupar. Todas las realidades, todos los tiempos, todos los mundos se entrecruzan en un sendero angosto que se puede recorrer si se dice la silaba correcta en el lugar más sacrílego que se pueda encontrar. Fue así como lo vimos, lo vemos y lo veremos por siempre como una sombra exenta del tiempo, fisgoneando impávido por todos los siglos de todos los tiempos. Nos dejo su canto escrito con sangre en una gruta oscura en medio del mar muerto, donde nos dictaba los secretos para ascender como el. Sabemos que está muerto por la momia vestida en túnicas negras que aún se aferraba al libro al encontrarlo. No sabemos bien que lo mato, pero las últimas líneas del segundo canto narran el advenimiento de una plaga que bajaría desde las estrellas para cobrar la vida de la séptima parte del mundo. No debimos respirar ese aire corrupto.
El primer canto es el más bello de todos. Los conceptos más básicos de nuestra insana practica vienen enfrascados en bellas poesías que remiten la imagen de dioses subterráneos y hermosos ahíncos del espíritu humano. El hermano que es su autor, fue un poeta que logro hablar con el fantasma de Oscar Wilde y plasmo en papel las voces de los quince muertos con los que hablo, son poemas simples pero encierran para el docto terribles iniquidades que le tiñen los cabellos de gris a cualquiera.
El décimo tercer canto no es de mí autoría. Es literalmente el libro que EL puso sobre mis manos la noche terrible en que lo conocí por primera vez. Los primeros hechizos, los primeros cantos, las últimas maldiciones. Todo viene aquí encerrado entre las páginas de este último evangelio teñido por las aceitosas aguas del mar de obsidiana. Aquel que lo lea, es por que ya ha dado un paso hacia afuera de la seguridad que otorga la cordura. Aquel que lo practica, es por que desea sufrir destinos peores que la muerte.
Son trece cantos, trece santos negros. Una orden maldita que cayo uno por uno intentando obtener un conocimiento que la humanidad jamas debió acercarse a coleccionar. Los años que cargo sobre mi espalda son muchísimos, pero la vida jamas se escapara de mi cuerpo mientras este libro siniestro encuentre su camino por el mundo. Podrán crucificarme hoy en la plaza de esta ciudad maldita pero de cierto les digo que el horror que he traído a este mundo jamas cesara. Entre esta horda de ignorantes yo veo brillar el fulgor negro de ojos que ningún humano debería poseer. Me miran, están entre ustedes y si bien no vienen a salvarme, les profetizo que todos encontraran la locura flotando como una plaga sobre esta ciudad desvencijada. La purga ya ocurrió, la sociedad que conocieron sus abuelos es un mito, y aun así no han aprendido de las lecciones que el gran orden dejo. Matenme ahora se los imploro, pero ni eso los salvara de la avalancha de cadáveres que se avecina.
SANAMEPRO ALHUAREZNITRHA URLACKRION UTHLE HAZZED
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